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PGR, la decepcionante historia

Quizá no se encuentre historia tan oscura como la de la Procuraduría General de la República (PGR). Esta semana, la renuncia de su titular es resultado de infortunadas componendas, de estires y aflojes, de fobias y resistencias, de aspiraciones y bajezas.

El órgano para la investigación de los delitos tuvo detrás la historia ideal de ser el principal órgano consejero jurídico de la Presidencia de la República. Abogado de la nación, el procurador era el principal ejecutor de la ley y de la gestión de asuntos de la Federación para la protección de sus intereses. Bajo esos ideales, estaría aparejada la designación de los mejores hombres y mujeres, reputados juristas, abogados y especialistas destacados por su notable trayectoria ética y profesional. Sin embargo, mientras la vida política del país se ampliaba haciéndose cada vez más compleja, la Procuraduría pasó a ser una institución con la más baja tasa de confianza entre la ciudadanía. Esto llevó a sus titulares a reconocer que el rostro de la PGR debería recomponerse de cara a los ciudadanos. Renovarse o morir. Esta tarea no sería una cosa sencilla. En 2015, su titular, ante legisladores del Congreso de la Unión, diría que la recuperación pasaría por el tamiz del trabajo para arreglar y maquillar “el rostro de la PGR a partir de la procuración de justicia eficaz, el respeto a los derechos humanos y la capacitación a los integrantes de la procuraduría”.

Dos años después, la tarea no se consolidó, quizá ni existió. Este sexenio va por el cuarto procurador, solamente superado por el del presidente Carlos Salinas de Gortari (1988-1994). Nada más en 1994 alternó a cuatro procuradores. En ese período, el cardenal Juan Jesús Posadas Ocampo fue asesinado (24 de mayo de 1993). Las conclusiones del procurador fueron, por decir lo menos, tristes y desafortunadas; desenvocaron en la teoría de la confusión, con lo que se lavó las manos. Actualmente, el crimen del cardenal no tiene una explicación satisfactoria con la consecuente injusticia y la falta del castigo de los verdaderos responsables del magnicidio.

Lo anterior es sólo un ejemplo de la descomposición progresiva de la PGR. Bajos sus siglas, se intimidó a ciudadanos, y se protegió a amigos, compadres y allegados que vieron en la institución el instrumento perfecto para aspiraciones y bajezas. Llegó un momento de su historia en que mencionar el nombre del procurador era sinónimo de miedo y terror para los enemigos del régimen, pero también ese mismo nombre asoció los extremos del tráfico de influencias, clientelismo y apoltronamiento de funcionarios.

La urgencia de una real procuración de justicia llevó a la reforma constitucional del 10 de febrero de 2014 para renovar el aparato de la PGR; sin embargo, la transformación pasa la dura prueba de confianza que sume a la institución en la oscura ignominia de la pérfida relación de nepotismo y compadrazgo como trampolín para asirse del poder. Se ligó a su titular con la protección de intereses ilícitos, y hasta su reputación cayó cuando el vehículo de lujo de su propiedad fue emplacado bajo registro en domicilios fantasmas para evadir la ley.

La Fiscalía General de la Nación nace en el momento donde la ciudadanía requiere de justicia expedita, equidad incontrovertible y de un titular intocable por la corrupción, garante de los intereses de la Nación. Entre las ruinas de la PGR están sepultados los procuradores que se valieron del miedo y la intimidación, de los fraudes y mentiras, del fastidio y cansancio, de fugas y simulación, de incapacidad y prepotencia. Lo peor que pudo pasar es haberlo asociado a la íntima relación, casi de hermanos, con el superior, el Presidente de la República. El Fiscal General tendrá encima una pesada losa que no será fácil sacudirse. Sobre él pesará la historia más oscura y decepcionante que haya tenido cualquier institución de la Administración Pública Federal.  

DLF Redacción

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