El próximo 1 de julio se abrirá el telón de una esperanzadora obra llamada “el México del futuro”, en el que los actores debemos ser todos los mexicanos en edad de votar; para esta trascendental puesta en escena –que durará seis años– no ha sido necesario aprendernos un guión, pero sí haber hecho nuestros razonamientos sobre cuál es la mejor opción de gobierno para el país. Particularmente, los católicos sabemos el papel que debemos desempeñar: el de la responsabilidad social de promover, proteger y preservar un buen gobierno en favor de nuestros hermanos y nuestra nación.
Dentro de este escenario, el voto individual jamás será un voto más, será la exigencia fuerte y contundente de un personaje del elenco, expresada al unísono con otras voces, en el mismo o en diferente sentido, que en conjunto harán una aclamación en coro, a fin de que las notas de ese potente grito armónico resuenen con autoridad en las urnas. Y más allá de que gane o pierda la opción política de nuestra preferencia, quedará en claro que vivimos en un régimen democrático, que se consolida a partir de la diversidad de opiniones, en una sociedad que nada ni nadie podrá vulnerar.
Pero sobre todo, como actores de esta gran obra, no debemos permitir que, al momento de contestar la boleta electoral, ningún otro actor nos imponga un monólogo con el que no estamos de acuerdo. Debemos ser actores genuinos, libres, y a la vez respetuosos de las demás voces que sonarán con claridad democrática. Quien elige con libertad y bajo conciencia –ya sea que haya ganado o no la opción política de su preferencia–, tiene la autoridad moral para exigir a la opción ganadora el cumplimiento de sus deberes en beneficio de la ciudad. ¡Que en esta gran obra no haya espectadores, únicamente actores!
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