Entrada la noche de este 1 de julio, los mexicanos sabremos quién será el próximo Presidente de nuestro país. Ha concluido un largo proceso electoral en el que no faltaron las confrontaciones, pero es momento de serenar los ánimos y dejar que las instituciones correspondientes anuncien oficialmente quién ha sido favorecido por el voto popular y arbitrar los conflictos que de la jornada electoral emanen.
Durante el proceso electoral, la Iglesia católica se sumó a las diferentes voces civiles y de gobierno para motivar a todas las personas a salir este domingo a hacer uso de su derecho a elegir de manera crítica y responsable a sus autoridades; sin lugar a dudas, esta jornada se convertirá en una gran fiesta de la democracia.
Pero el compromiso cristiano va más allá: los obispos nos recuerdan que la vida democrática de un pueblo no se agota en el momento del sufragio, sino que demanda de nuestra sociedad ciertos compromisos que hagan de la democracia una propuesta humana capaz de vitalizar la sociedad y sus instituciones.
Así es, una auténtica cultura de la democracia es participativa y solidaria, representativa y subsidiaria, promotora de la dignidad y de los derechos humanos, como señala el documento Del encuentro con Jesucristo a la solidaridad con todos, publicado en el año 2000 por la Conferencia del Episcopado Mexicano.
Este domingo concluye un capítulo importante de la vida nacional tras celebrarse los comicios más grandes de nuestra historia, pero inicia otro más importante: el de asumir como mexicanos la responsabilidad cívica de participar activamente para que las promesas de campaña se cumplan –aportando desde nuestra fe lo que corresponde–, pero también coadyuvando en la reconstrucción del tejido social. Ahora, a reconstruir el país.
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