Todo cambió en segundos. Lo que era la conmemoración de la tragedia jamás sufrida en la capital del país, se transformó en una fatídica coincidencia: treinta y dos años después, la tierra volvió a recordarnos que somos frágiles, que estamos parados sobre terreno inestable y que somos vulnerables ante el poder de la naturaleza.
Después de la conmoción, vino la reacción para entender la magnitud de los daños y, de nuevo, echar por delante las muestras conmovedoras de una sociedad civil generosa, dispuesta y entregada al auxilio de las víctimas, sin importar cuánta fuerza se deba consumir o qué tiempo haya que invertir.
La heroica solidaridad de miles de mexicanos puso de manifiesto cómo el pueblo mete las manos en ayuda de los sufrientes y caídos, revelando la madurez para hacer sociedad y responder con determinación a las consecuencias de la calamidad. Esta vez, a diferencia de la tragedia de 1985, las autoridades civiles, tanto de la ciudad como de la federación, se hicieron presentes, trabajaron arduamente en pro de los damnificados.
La sociedad espera que esta tragedia sirva para humanizar a nuestra clase política; hay una campaña feroz en las redes sociales que debe ser escuchada, y es que los mexicanos estamos hartos de los excesos del poder público y político, de la corrupción, del derroche escandaloso en sueldos, prebendas y frivolidades de los tres Poderes de la Unión, de la ostentación de políticos que insulta a los más de 50 millones de pobres que viven en nuestra atribulada patria, de la impunidad de la que vergonzosamente ocupamos el cuarto nivel mundial, del cinismo y desprecio de la clase política que sabe cómo burlar las leyes.
La tragedia sufrida y el dolor de millones de personas exige tener una respuesta concreta que se refleje en una adecuada reasignación del presupuesto, que quite privilegios, prebendas, lujos y excesos a la burocracia, no sólo al Poder Legislativo, sino también al Ejecutivo y Judicial, de no hacerlo así, despertarán el odium plebis, el odio del pueblo, que llevará a un deterioro mayor, al desprestigio, debilitamiento y rechazo de nuestros gobernantes, lo que ciertamente no será sano para la gobernabilidad ni para la vida democrática del país.
La sociedad civil ya cumplió de sobra con su solidaridad, generosidad y heroísmo a favor de los damnificados, ahora esa sociedad ejemplar exige a la clase política y gobernante que se muestren a la altura de este pueblo, heroico, noble y comprometido, renunciando a sus excesos y enfocando los recursos del pueblo a favor del pueblo que sufre. No hacerlo es inmoral, irresponsable y ofensivo para los mexicanos.
Dios ayude a nuestra patria a levantarse más fortalecida, a luchar por hacer de México una tierra de paz, de justicia y de libertad.
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