El 2020 es el año de las mujeres. Su legítima y urgente exigencia de justicia ante la inaceptable violencia contra ellas ha escalado a niveles sin precedentes. El ‘ahora o nunca’ se escucha con toda claridad y fuerza, al igual que la voz silenciada de las víctimas, que se eleva de la tierra al cielo.
Leer: No puede haber tolerancia al odio y a la violencia.
Como han señalado nuestros obispos en su reciente mensaje titulado Educar para la paz, urgencia nacional, los feminicidios han llenado a México de dolor, amargura, tristeza, llanto, indignación, impotencia y, por desgracia, también de enojo y deseos de venganza.
Ante el enojo, es humano el impulso de pagar mal con mal, y es responsabilidad de todos los actores sociales, entre ellos la familia, la escuela y la Iglesia Católica, escuchar, reconfortar y actuar en promoción de una cultura de justicia, esperanza y paz. El gobierno, por su parte, tiene la responsabilidad fundamental de garantizar que se cumpla el Estado de Derecho para salvaguardar la dignidad y la vida de todos, y para hacer valer la Ley.
La Iglesia en México renueva su participación en esta misión de pacificación, a través de sus Centros de Escucha y de atención a las víctimas, bajo la convicción de que es necesario frenar la espiral de violencia que se pudiera generar. La Iglesia tiene que asumir su función y su compromiso especial ante el reto de proyectar la dignidad de las mujeres en todos los ámbitos de la sociedad, comenzando por las que trabajan en esta Arquidiócesis de México.
Las mujeres dan armonía y sentido al mundo –nos ha dicho el Papa Francisco– y efectivamente, no podemos referirnos a ellas hablando sólo de la función que cumplen en la comunidad o en las instituciones, sino de su papel trascendente para la humanidad, donde su misión va más allá, al amar con la ternura que sólo ellas poseen y que ha hecho del mundo, a través de la historia, un lugar más amable.
La Iglesia Católica, en particular, hoy está obligada a exaltar la dignidad y el respeto hacia las mujeres, así como a acompañarlas en todos los ambientes, comenzando por la familia, donde a pesar de las transformaciones que ésta sufre, ellas siguen siendo pilar; no se diga en el caso de las madres que solas, con amor, valentía e intenso trabajo, cuidan de sus hijos y los sacan adelante a pesar de los entornos hostiles que las rodean.
Es deplorable que hayamos permitido que las mujeres no se sientan protegidas en su propia tierra. Por ello, hacemos un llamado a escuchar su reclamo que nos pide cambiar la violenta realidad que las agrede, que nos exige reflexionar desde nuestro corazón y que nos llama a trabajar por ellas y hacer todo lo necesario para reconocer el valor que tienen, y para que estén siempre seguras y protegidas, y nunca más acosadas o devaluadas.
Hacemos votos para que este 8 de marzo, Día Internacional de la Mujer, sea un impulso para subrayar la dignidad de la mujer, para escuchar su reclamo, defender el ejercicio peno de su libertad de expresión y de manifestación contra la injusticia y en defensa de su propia vida.
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