El 24 de febrero pasado se cumplió un año de que Kiev, la capital ucraniana, amaneciera asediada por los bombardeos anunciados por el presidente de Rusia, Vladimir Putin, como parte de una “operación especial” para desmilitarizar Ucrania y evitar un presunto avance de la OTAN hacia territorio ruso.
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Sin embargo, dicha operación dejó de ser “especial” en la medida en que se convirtió en permanente, y a un año de aquellos primeros ataques no se vislumbra una salida a este conflicto.
De acuerdo con un reporte difundido el pasado 21 de febrero por el Alto Comisionado de Naciones Unidas para los Derechos Humanos (ACNUDH), el número de civiles ucranianos que han muerto desde el inicio del conflicto ha rebasado la barrera de los 8 mil, mientras que el número de heridos ascienden a 13 mil.
Un desglose de datos dado a conocer días antes por la misma instancia de la ONU, asegura que entre los fallecidos hay 2 mil 616 hombres, mil 856 mujeres, 2 mil 341 niños y más de 200 niñas. Aunque la ACNUDH admite que el número de muertes puede ser mucho mayor, ya que existe retraso en la información proveniente de algunos lugares en que actualmente ocurren hostilidades.
Eso sin contar a las decenas de miles de soldados ucranianos que han perdido la vida o que han quedado mutilados.
Frente a estas cifras, el Papa Francisco nos invita a permanecer cercanos al martirizado pueblo ucraniano, a no olvidarnos de que sigue sufriendo los tormentos de la guerra.
La política es un vehículo fundamental para edificar la ciudadanía y la actividad del hombre, pero cuando aquellos que se dedican a ella no la viven como un servicio a la comunidad humana, puede convertirse en un instrumento de opresión, marginación e incluso de destrucción.
Llevamos un año de sufrimientos injustos, de terribles imágenes que nos recuerdan otros tiempos, otras guerras. Ningún seguidor de Jesucristo, ningún creyente debe incitar a la guerra ni a sentimientos de odio, hostilidad, extremismo.
Hacemos una invitación a elevar nuestra oración por la paz en Ucrania, y en otros lados del mundo, incluido México, para que se terminen los escenarios de violencia, el odio entre las naciones, las hostilidades entre los pueblos, el extremismo, el fanatismo ciego y el derramamiento de sangre.
Que la Santísima Virgen María consuele, con su amor maternal, a quienes hoy sufren los estragos de los conflictos armados, especialmente a los niños, que son quienes más caro han pagado las devastadoras consecuencias de las guerras y todos los conflictos armados que nunca debieron haber empezado.
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