Ésta ha sido una semana de terror en México. La violencia crece como la espuma, y parece que no hay forma de detenerla: balaceras, secuestros, asesinatos de líderes sociales, amedrentamientos y terror en comunidades, desapariciones, extorsiones y otros males que lastiman en lo más profundo a nuestro pueblo.
Las raíces sociales se han pervertido, al grado de que algunas autoridades -cuya obligación constitucional es proteger la vida, dar seguridad a la sociedad y salvaguardar los bienes de sus gobernados- están profundamente coludidas con los criminales, y las que aún no lo están, temen aplicar la ley, pues está de por medio su vida y la de su familia. ¡Vivimos un infierno!
Es claro que las autoridades municipales, estatales y federales se encuentran rebasadas, pues carecen de la capacidad humana, logística, económica, técnica, e incluso moral, para enfrentar a la delincuencia. Basta con ver lo ocurrido esta semana en San Cristóbal de las Casas, Chiapas, donde un grupo criminal generó pánico en la comunidad durante varias horas con la intención de hacerse de una plaza, sin que las autoridades actuaran de manera rápida.
¿Cómo hemos llegado a este desprecio por la vida humana, a la degradación de los valores, al endiosamiento del poder y del dinero, al imperio de la impunidad, la maldad y el egoísmo? Todos somos responsables.
Son responsables los padres de familia, que han dejado de educar a sus hijos en los valores y el amor a la vida; son responsables las escuelas, que desde hace años son un botín político y hoy se han convertido en espacios de adoctrinamiento ideológico, más que de conocimiento, y por supuesto, el Estado y los partidos políticos, que son la cuna de la corrupción y la impunidad.
La Iglesia tampoco está libre de culpas: no hemos sabido responder a esta realidad que todos los días cobra vidas, bajo la mirada cada vez más indiferente de muchos fieles que, por desgracia, han ido perdiendo la capacidad de distinguir entre el bien y el mal. ¿Cuántos delincuentes no se reconocen como seguidores de Cristo?
En este sentido, es importante fortalecer y valorar lo que se está haciendo en la Arquidiócesis de México, particularmente a través de la Pastoral Infantil, Juvenil-Vocacional y Familiar, que son grandes esfuerzos que abonan a la reconstrucción del tejido social.
Hoy, ante la violencia desatada en el país resultan estériles y hasta vergonzosos los ataques entre la clase política, las descalificaciones, la repartición de culpas y las justificaciones irracionales.
Esta descomposición social exige un fortalecimiento urgente y decidido de la educación para vivir los valores que pueden sustentar sociedad donde haya justicia, respeto, solidaridad y compromiso con el bien común, pues de lo contrario será imposible reconstruir el país, una tarea a largo plazo que debemos empezar ya, juntos, por el bien nuestra patria amada, que tanto anhela la paz.
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