Hagamos un compromiso para este 2020: Terminemos con la corrupción.
No pensemos en obligar al vecino a terminar con su corrupción, o critiquemos al de enfrente por sus malos actos. Terminemos con ese daño que depende de nuestras propias obras, pues de la justicia y la honestidad de cada uno depende una sociedad más sana y pacífica.
Cada uno, para contrarrestar la corrupción, podríamos aspirar a ser rostros de Dios, hacer el bien como Él y amar a todos como Él.
La violencia, la inseguridad, la corrupción, los principales males que aquejan a nuestro país, comienzan en la base del núcleo social: la familia. Si bien el entorno incide en el desarrollo positivo o negativo de las personas, la educación en casa, principalmente con el testimonio de los padres, tiene el mayor peso, y desde ahí debemos comenzar.
Acabemos con los actos que, de uno en uno, terminan por afectar nuestra individualidad, y que, sumados uno con otro, lastiman a nuestras familias, y que, multiplicados por millones, desarrollan una dolorosa enfermedad social.
Hagamos el compromiso de aplicar, cada uno de nosotros, y desde nuestros campos de influencia, el antídoto de una vida más justa y honesta para terminar con este mal.
Nuestra realidad nos ha demostrado que no ganamos nada con quejarnos del otro, con criticar al de enfrente, o esperar a que los demás cambien para hacer lo propio. Construyamos de una vez por todas un mejor país, y una mejor sociedad. Tenemos la mejor inspiración de todas: el Nacimiento de Jesús entre nosotros y el nacimiento de un nuevo año que nos permite escribir una nueva página.
Aprendamos a ser cercanos y a dialogar. Seamos solidarios con los más pobres, tratemos de remediar las necesidades más apremiantes de las personas solas, ancianas y enfermas; brindemos nuestra ayuda a quien experimente la fragilidad o el fracaso.
Que nuestra participación social en la vida colectiva manifieste cómo el amarse los unos a los otros es una solución práctica para terminar con la corrupción.
El gobierno tiene una imperante obligación, y un compromiso hecho para terminar con la violencia, la inseguridad y la corrupción. No lo olvidaremos. Pero tampoco olvidemos que nosotros tenemos una responsabilidad social muy grande que asumir.
Conscientes de que el fin de la corrupción no solo depende de las políticas públicas, sino de la justicia y honestidad de cada uno de los miembros de las familias, instituciones educativas, empresas, instituciones religiosas, y agrupaciones de cualquier tipo, queremos motivar e impulsar la construcción de una sociedad justa, honesta e íntegra, sellando con los valores del Evangelio de Jesucristo este firme propósito: Terminemos con la corrupción.
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