¿Qué tanto nos sacude la violencia que vive el país?, ¿qué tanto nos conmueve encontrar a un hermano que sufre?, ¿ponemos cada día de nuestra parte para mejorar nuestra sociedad?, ¿cuido de la unidad en mi familia?, ¿soy un agente de cambio en mi entorno social?, ¿comparto esperanza o provoco tristezas?
Todas estas preguntas requieren de respuestas visibles en acciones, y la Cuaresma es un extraordinario tiempo para generar esa conversión que nos motive a construir una mejor sociedad, un mejor país.
En días pasados, el Papa Francisco nos hacía una invitación: reflexionar nuestros estilos de vida; hacer una pausa en el camino y pensar si estamos aportando algo positivo a nuestro entorno, en nuestra casa, en nuestra calle, en el vecindario, en el trabajo.
Hemos caído en dinámicas que a veces se han convertido en cadenas, en ataduras materiales y espirituales que nos oprimen, en las que se prioriza el egoísmo o la ambición de poder, y mediante las cuales abandonamos al prójimo, a nuestros seres queridos, e incluso, en ocasiones, nuestra propia esperanza.
¿Cómo es posible que una humanidad que ha alcanzado impresionantes niveles de desarrollo científico, técnico, cultural y jurídico, que tiene la capacidad de garantizar la dignidad de todos, camine entre desigualdades y conflictos, más cercana a la violencia y ajena a la paz?
En nuestras manos se encuentra la decisión de dejar atrás esta especie de esclavitud moderna para caminar en libertad, con esperanza y amor, que los gobernantes aprovechen el poder que tienen para usarlo por el bien común y no para fomentar las divisiones o para su propio beneficio; que quienes tienen más oportunidades abran caminos para los que no las tienen; que nuestro caminar no sea individualista, sino en comunión y unidad.
“El amor a Dios y al prójimo es un único amor. No tener otros dioses es detenerse ante la presencia de Dios, en la carne del prójimo”, nos dice el Papa en su mensaje de Cuaresma.
Es tiempo de fe, de actuar, de conversión, de una nueva esperanza. El Papa Francisco nos invita a la oración, pues “actuar también es detenerse”, recibir la Palabra de Dios, y abrir los ojos para ver al hermano herido, para que la humanidad extraviada sienta un destello de esperanza.
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