La violencia en México no es cosa nueva, es uno de los mayores flagelos que nos lastiman desde hace años, y parece que no tenemos tregua, sino que más bien, se agudiza.
Miles de víctimas de la violencia en México se acumulan, asesinados y desaparecidos, cuerpos sin identificar, fosas clandestinas, son expresiones de este terrible mal que padecemos.
El 20 de junio de 2022, en la Iglesia de Cerocahui, dos jesuitas: Javier y Joaquín, padres de los pueblos que habitan la Sierra Tarahumara, intentaron salvar la vida de Pedro Palma. Un criminal mató a Pedro y a los dos misioneros que intentaron disuadirlo de su acción violenta.
La sangre de las víctimas esta vez fue derramada en el altar del templo, y nos sacudió a toda la sociedad mexicana. Esta sangre derramada se unió a la de miles de víctimas, amplificó el reclamo de justicia, el cese de la impunidad y la violencia, y se convirtió en llamada para reforzar o sumarnos a la tarea de construir la paz.
Esa paz social que es trabajosa, artesanal, esa paz que es fruto y es sostenida por la cultura del encuentro; no es una paz que brota de acallar las voces, ni de consensos de escritorio; no es la paz efímera que hace sólo a una minoría feliz.
La paz social, la paz que queremos y construimos es la que tiene por arma el diálogo y se libra en la buena batalla del encuentro. (Fratelli Tutti 217)
El compromiso por la construcción de paz no es una novedad en la Iglesia, es más, no es tradición, es vocación. Quienes nos reconocemos cristianos somos vocacionalmente gente de paz.
Esto no excluye renunciar a la memoria, ni mucho menos al reclamo por la justicia; nuestra vocación a la paz nos coloca del lado de las víctimas, caminando y tratando de dar consuelo, uniendo nuestra voz a su reclamo y orando juntos para que el Señor nos envíe su Espíritu, que nos da la paz y nos dinamiza para tener sabiduría y creatividad para construirla.
Reconocemos que las causas de la violencia en México son diversas y complejas: injusticia, corrupción, desigualdad y polarización, son algunos fundamentos de ésta; que en tanto su gran complejidad, requieren de acciones complejas.
Hoy, ante la acrecentada violencia, también exigimos acciones que nos den seguridad, que nos ayuden a no sentirnos amenazados todo el tiempo, que nos permitan y permitan encaminarnos a la paz.
A un año de los hechos violentos de Cerocahui, este domingo nos unimos a la acción nacional de celebrar una misa en memoria de todas las víctimas de la violencia en México; queremos orar juntos y encontrarnos, fortalecernos para seguir en la incansable tarea de construir la paz.
La Conferencia del Espicopado Mexicano ha llamado a que este 20 de junio, a las tres de la tarde, hora en que se les arrebató la vida a Javier, Joaquín y Pedro, en el altar de Cerocahui, suenen las campanas de todos los templos, por un minuto, como llamada a la memoria y a la oración por todas las víctimas de la violencia, al compromiso y a la exigencia de justicia y paz en nuestra nación.
Adicional a esto, como Iglesia continuaremos los diálogos por la paz, con los que nos preparamos para el Diálogo Nacional por la Paz, en septiembre próximo.
Nuestra Madre María, Reina de la paz, interceda para que pronto llegue la justicia y la paz a nuestro país.
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