Jesús nos dice: “Vengan a mí, todos los que están fatigados y agobiados por la carga, y yo les daré alivio” (Mateo 11,28-30). Vivimos en una sociedad afectada por el estrés, la ansiedad, la depresión y la tristeza, en un momento histórico en el que las enfermedades del alma y la mente se han convertido en una carga que millones de personas llevan en silencio.
El Papa Francisco habló recientemente sobre cómo el aumento de la violencia, las autolesiones y los suicidios son signos de una angustia compleja que no podemos ignorar.
En México, particularmente, según datos del INEGI, más de 35 millones de personas han enfrentado episodios de depresión, y los trastornos de ansiedad afectan a casi una de cada cinco personas adultas.
Además, en 2023 se registraron 8,837 suicidios, la mayoría en personas menores de 40 años, convirtiéndose en la decimonovena causa de muerte en el país.
Estas cifras representan vidas marcadas por el dolor y la desesperanza. Historias que, lamentablemente, se retratan en hechos como el ocurrido en el Metro de la CDMX, en el que un joven apuñaló a cuatro usuarios en la estación Tacubaya antes de lanzarse a las vías.
Más allá de evidenciar la necesidad de reforzar la seguridad en el transporte público, este incidente apunta a una crisis más profunda: la desatención de la salud mental.
Actualmente, el apoyo que se tiene a la salud mental es mínimo. De acuerdo con el Programa de Atención Específico de Salud Mental y Adicciones 2024, solamente el 2% del presupuesto del país se destina a este rubro, y el 80% de dicho porcentaje se centra en gastos operativos de hospitales psiquiátricos.
¿Qué pasa entonces con la atención a uno de los desafíos más relevantes en la actualidad?
¿Qué estamos haciendo por quienes, como este joven, atraviesan crisis emocionales tan profundas que los llevan a poner en riesgo su vida y la de otros?
¿Cómo podemos prevenir estas tragedias desde su raíz? La salud mental no puede seguir siendo un tema secundario.
Jesús nos enseña a aliviar las cargas de los demás, a ser instrumentos de Su paz, y nos dejó un ejemplo vivo con Su vida: “Recorría toda Galilea, enseñando en las sinagogas, predicando el Evangelio del reino y sanando toda enfermedad y dolencia en el pueblo” (Mateo 4,23). Hoy, Él nos invita a seguir Sus pasos, llevando consuelo y esperanza a un mundo que clama por ayuda.
Que nuestras manos y corazones sean reflejo de Su amor. Que quienes sufren encuentren en Él, y en nosotros, el alivio que tanto necesitan.
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