La gratitud, como otras virtudes, se aprende de la familia. La gratitud manifiesta el reconocimiento de que nuestra vida es un don y de que siempre necesitamos de los demás, de su benevolencia, de su apoyo y de su atención. Para los católicos, la gratitud halla su punto máximo en la Eucaristía, la acción de gracias por excelencia que le ofrecemos a Dios.
Hombres y mujeres aprendemos a decir gracias, casi siempre, en nuestra familia. Desde pequeños, nuestros padres y mayores nos enseñan a agradecer por los favores recibidos tanto a conocidos como a extraños. Igualmente, en el seno familiar aprendemos la importancia de respetar a los demás, de compartir con los hermanos y los amigos, a respetar los bienes de los otros, a evitar la mentira y dar afecto.
En la familia aprendemos también a sentirnos orgullosos por ser mexicanos. En el hogar comenzamos a aprender sobre el amor y la sexualidad, a convivir con hombres y mujeres, a respetar a quienes son distintos a nosotros, a acompañar y proteger a los ancianos, a ayudar a los que más lo necesitan. También en ella nos guiaron para conocer y amar a Dios.
La familia es la principal formadora en los valores, en la convivencia, en la civilidad, en la fe y en adquisición de una integridad personal incorruptible.
La constitución de nuestro país reconoce el papel de la familia. Por ello, las instituciones deben apoyarla como la célula social más fundamental, especialmente en su tarea educativa; lo cual implica no sólo reconocer su importancia, sino también proteger su autonomía.
Las escuelas y las autoridades educativas deben fortalecer y potenciar la formación que se recibe en la familia, sin pretender sustituirla ni invadir su ámbito propio. Por su parte, los padres de familia deben colaborar con los docentes y las autoridades para lograr lo mejor en beneficio de sus hijos. Formar a los ciudadanos del futuro es una responsabilidad compartida, un trabajo en equipo.
Las problemáticas sociales que tanto nos inquietan revelan peligros que amenazan a las personas y también a las familias. La Iglesia y la sociedad en general deben trabajar unidos para defender a la familia como el factor fundamental para el cambio y la restauración del tejido social.
La semana pasada, el Papa Francisco estuvo en Madagascar. Ahí visitó la Ciudad de la Amistad, erigida por el padre Pedro Opeka. En la comunidad Akamasoa, el Papa resaltó el papel de las familias en la transmisión de los valores. Asimismo, agregó que el sueño de Dios no es el progreso personal, sino principalmente el comunitario, pues no hay peor esclavitud que la de vivir cada uno para sí mismo.
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