Ninguna tecnología puede sustituir al Espíritu Santo como fuente de sabiduría y guía. Foto: Especial
La Solemnidad de Pentecostés nos recuerda que el Espíritu Santo sigue actuando con fuerza en el mundo, derramando sus dones sobre cada uno de nosotros para que, desde nuestras capacidades y talentos únicos, podamos contribuir a la edificación de una sociedad más justa, más humana y más fraterna.
Hoy, en medio de una era tecnológica sin precedentes, corremos el riesgo de olvidar ese llamado personal. Las herramientas digitales, la inteligencia artificial, los modelos como ChatGPT –útiles, potentes y versátiles– han transformado nuestra manera de vivir, trabajar, comunicarnos y hasta buscar sentido. Pero ninguna tecnología puede sustituir el valor sagrado de los dones que Dios ha sembrado en cada ser humano.
Recientemente, algunos medios de comunicación alertaban sobre una “psicosis inducida por ChatGPT”, un fenómeno preocupante en el que algunas personas aseguran haber recibido misiones divinas o mensajes de Dios a través de este tipo de modelos de IA.
Esta confusión no sólo refleja el hambre espiritual que muchos viven, sino también una preocupante desconexión de las fuentes auténticas de fe. En ese vacío, la tecnología mal comprendida puede convertirse en un ídolo, en una ilusión de sentido.
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No olvidemos que el Espíritu Santo –no la inteligencia artificial– es nuestra verdadera fuente de sabiduría, entendimiento y consejo. El Espíritu nos guía, nos consuela, nos impulsa, y sobre todo, nos da vida. Cada don que poseemos proviene de Él y tiene una misión concreta: servir al prójimo, transformar la realidad y construir el Reino de Dios aquí y ahora.
Hacemos un llamado a que, desde las escuelas, las familias, las comunidades, el gobierno y las empresas, se promueva el desarrollo integral de niños, niñas y jóvenes. Que se abran espacios donde puedan descubrir, cultivar y poner al servicio sus talentos. Que dejemos de formar únicamente consumidores de tecnología, y en su lugar eduquemos personas capaces de aportar su luz única al mundo, con una mirada crítica hacia la tecnología que les permita discernir cómo utilizarla en favor del auténtico desarrollo humano, del bien y de la verdad.
Pentecostés es una oportunidad para renovar nuestra docilidad al Espíritu, para preguntarnos con honestidad: ¿qué dones he recibido?, ¿los estoy desarrollando?, ¿los estoy compartiendo?, ¿los estoy dejando esconder tras una pantalla?
El mundo necesita personas guiadas por el Espíritu: maestros que eduquen con sabiduría, científicos que investiguen con ética, líderes que sirvan con humildad, artistas que creen con belleza, técnicos que construyan con justicia.
Pentecostés no es un recuerdo del pasado. Es un llamado al presente. Porque el Espíritu Santo sigue soplando.
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