La situación de pandemia nos ha puesto en un terreno más movedizo que el habitual.
El confinamiento y sus múltiples consecuencias abren cuestionamientos que necesitan respuestas claras: ¿qué aprendizajes nos deja toparnos con un enemigo así de invisible y errático?, ¿qué caminos tomaremos para fortalecer las relaciones familiares ante situaciones de tanto riesgo?, ¿qué modelos laborales, de convivencia, de ocio, de movilidad debemos asumir?, ¿qué nuevos esquemas deberán ser ordinarios en la política, la economía, la promoción de la cultura, las relaciones internacionales?, y una larga lista de interrogantes.
Hemos visto la saturación de estructuras sanitarias en muchas partes del mundo, el incremento en los índices de desempleo, criminalidad, carestía y una gran cantidad de riesgos.
En este contexto, nos gustaría recordar a un personaje que apareció hace poco más de cuarenta años en el escenario mundial y de quien esta semana conmemoramos los 100 años de su nacimiento.
Leer: La paciencia todo lo alcanza
Apenas había iniciado su ministerio como Papa, Juan Pablo II nos lanzó una invitación sencilla y fuerte que no pierde vigencia ni profundidad: “¡No tengan miedo de recibir a Cristo! ¡Abran las puertas de par en par al Redentor!”.
En su boca resonaba la tarea peculiar de la Iglesia: llevar a Cristo a todos los pueblos, de todos los tiempos. Y que nadie piense que el Evangelio es una capa de pintura o moda ocasional, ni opio ideológico ni estrategia de mercado. Llegar hasta Cristo es llegar a lo más propio y profundo del hombre, a sus aspiraciones más auténticas aún en medio de las circunstancias más adversas.
En este momento, en que pareciera que lo más común es tener miedo, les decimos nuevamente “¡No tengan miedo!”, y recordemos el mensaje del llamado Papa peregrino.
“Abran a su potestad salvadora los confines de los Estados, los sistemas económicos y los políticos, los extensos campos de la cultura, de la civilización y del desarrollo. ¡No tengan miedo! Cristo conoce «lo que hay dentro del hombre». ¡Sólo Él lo conoce!
Con frecuencia el hombre actual no sabe lo que lleva dentro, en lo profundo de su ánimo, de su corazón. Muchas veces se siente inseguro sobre el sentido de su vida en este mundo. Se siente invadido por la duda que se transforma en desesperación. Permitan, pues, —les ruego, les imploro con humildad y con confianza— permitan que Cristo hable al hombre. ¡Sólo Él tiene palabras de vida, sí, de vida eterna!” (Homilía, 22-Oct-1978).
La situación no es sencilla ante la pandemia que vivimos. Sin embargo, cuando se ve el fondo del túnel sin saber lo que nos espera; cuando avanzamos, pero el monstruo sigue detrás; cuando no ha pasado la tormenta y ya comienza la inundación, es urgente tener firmeza en quien ha vencido a la muerte: ¡No tengamos miedo!
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