Los mexicanos tenemos costumbres muy arraigadas en torno a nuestros fieles difuntos, pues hace evidente esa comunión inquebrantable que nos une con quienes han partido de este mundo y nos llena de esperanza de compartir con ellos la vida eterna.
Este 2020, el Día de Muertos o Conmemoración de los Fieles Difuntos, como la llamamos en la Iglesia Católica, tiene una especial relevancia por celebrarse en medio de una pandemia que ha dejado más de un millón 190 mil personas fallecidas, y cuyas familias han experimentado el dolor de una apresurada y dolorosa partida.
Leer: Celebremos, pero sin aglomeraciones
La Iglesia en México no es ajena a este drama, pues no sólo ha sufrido la muerte de sacerdotes, religiosas y religiosos, y muchos fieles laicos, sino que, como Pueblo de Dios, ha sabido ser familia en el acompañamiento a los miembros que sufren la pérdida de un ser querido en estas lamentables circunstancias.
Por esta razón, como Madre y Maestra, y herida por la propia pandemia, exhorta a los fieles laicos a no dar un paso atrás en esta lucha contra ese virus que, como ha dicho el Papa Francisco, ha cubierto de densas tinieblas nuestras plazas, calles y ciudades, y que de nueva cuenta vuelve a mostrar su poder con un rebrote que podría hacer crecer considerablemente el número de muertos en todo el mundo.
El propio Santo Padre ha pedido a la Penitenciaría Apostólica facilitar la obtención de la indulgencia plenaria a favor de los difuntos, para evitar la concentración de fieles en panteones e iglesias, y la Conferencia del Episcopado Mexicano ha publicado un subsidio para conmemorarlos en familia y desde casa.
La Arquidiócesis de México también ha hecho un llamado a los fieles laicos para que, desde sus hogares, se unan espiritualmente en oración por los difuntos, y ha pedido incluso a los párrocos, transmitir la Santa Misa de este 2 de noviembre a través de medios digitales -que serán ofrecidas por el eterno descanso de las personas fallecidas- y cuidar que no exista concentración en las criptas de las iglesias.
Las autoridades civiles también han hecho lo propio para evitar que la tragedia provocada por el COVID-19 crezca. En este caso, han cerrado los panteones para reducir el riesgo de contagio de virus.
Sin embargo, todas las medidas de contención, habidas y por haber, serán insuficientes si como pueblo seguimos utilizando las fiestas religiosas y civiles como pretexto para reunirnos; si como pueblo seguimos agradeciendo a Dios que le haya tocado “al de a lado” y no a mí; si como pueblo no logramos entender que estamos viviendo una situación excepcional que requiere de un esfuerzo heroico para superar esa histórica crisis.
El arraigo de las fiestas religiosas no es una excusa para reunirnos de forma masiva, pues está de por medio nuestra vida y la de muchas otras personas. Celebremos sin la necesidad de realizar aglomeraciones. La esencia de las fiestas es llenarnos de alegría, no de luto; son para alegrar el alma, no para ensombrecerla; son para honrar al Dios de la Vida, no a la muerte.
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