En una época en la que parecemos regirnos por superlativos —el más fuerte, el más poderoso, el más importante— es reconfortante hallar grandeza en los gestos pequeños, en las acciones que podrían pasar desapercibidas, pero construyen los cimientos de lo que hace un mundo mejor.
En su homilía de Nochebuena, el Papa Francisco reflexionó en torno a lo que significa “acoger la pequeñez” y cómo en ella podemos encontrar la grandeza. “Dios quiere venir en las pequeñas cosas de nuestra vida, quiere habitar las realidades cotidianas, los gestos sencillos que realizamos en casa, en la familia, en la escuela, en el trabajo. Quiere realizar, en nuestra vida ordinaria, cosas extraordinarias”, dijo.
Por eso, invitamos a realizar pequeñas acciones que dejen en descubierto la grandeza de nuestra alma: darle de comer al hambriento y de beber al sediento, pero también consolar al que sufre, enseñar al que no sabe y dar un buen consejo al que lo necesita.
Como fieles a Cristo, no debemos olvidar que practicar la caridad y acoger la pequeñez también significa ver a Jesús en los pequeños de hoy; servirlo a Él sirviendo a los más pobres; amarlo a Él amando a nuestro prójimo. Amar a nuestro hermano es el camino más seguro para llegar a Dios.
La Navidad que acabamos de celebrar nos recuerda que Dios se hizo pequeño para que el hombre dejara atrás su búsqueda por la grandeza y mirara a los más débiles con el amor y la ternura con la que se mira y protege a un niño.
Pongamos en práctica el llamado que hace el Papa Francisco: dejemos atrás los lamentos por la grandeza que no tenemos. Renunciemos a las quejas y a las caras largas, a la ambición que deja insatisfechos. Encontremos a Dios en las cosas pequeñas y compartamos con nuestro prójimo el verdadero sentido de amar.
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