A mayor educación, menores probabilidades de caer en la delincuencia. Foto: Especial
La descomposición social que está sufriendo nuestro país no es fruto de una sola causa, como pudiera ser el narcotráfico y el consumo de drogas, sino el resultado de muy diversos factores que nos están llevando a una profunda crisis social.
Es tiempo de reconocer que la creciente e imparable violencia que vive la sociedad mexicana es también un signo de su decadencia cultural, que tiene que ver con el fracaso de los procesos educativos en sus distintas expresiones, ya sea la educación formal que se brinda a través de las instituciones, o la no formal que incluye a la familia, los medios de comunicación y el ambiente en general.
Debemos señalar que junto a los indudables valores de nuestro sistema educativo nacional, forjado a lo largo de muchos años y en medio de diferentes estilos de gobierno, existen también graves carencias metodológicas y conceptuales que dan por resultado una deficiente formación de la persona en sus capacidades y en sus principios.
La solución de fondo está en un compromiso común con una verdadera educación centrada en la persona humana, en su dignidad y en su realidad trascendente, tal como lo han expresado los obispos mexicanos en su espléndido documento titulado Educar para una nueva sociedad (2015), donde expresan que “La inteligencia y la conciencia de cada persona, así como la orientación de la sociedad en su conjunto, necesitan ser iluminadas y fortalecidas para alcanzar un verdadero discernimiento entre lo que es bueno y lo que es malo” (n 47).
Las políticas públicas deben de ser menos contradictorias, pues por un lado buscan la moralización de la sociedad y por otro promueven la falta de respeto a la vida y a la familia. El sistema educativo estatal debe formar a los educadores como los personajes más importantes en la comunicación y el ejemplo de los valores. Las familias deben ser el espacio privilegiado donde los padres son los protagonistas principales en la educación de sus hijos.
La Iglesia ha tenido fallas en muchos de sus integrantes, pero debe recuperar la fidelidad y autenticidad de su misión porque es portadora de la más grande propuesta para la formación de la persona, la sociedad y la cultura: el Evangelio de Jesucristo.
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