La creación de nuevas diócesis en la Iglesia católica obedece a dos motivos: el primero, el crecimiento poblacional en un territorio, de tal forma que para ser mejor atendida la comunidad por el obispo, debe reducir su espacio.
El segundo -tal vez el más importante teológicamente hablando- es que un obispo es, a título pleno, ‘sucesor de los apóstoles’, hecho remarcado por el Concilio Vaticano II, de tal forma que no debería haber, en lo posible, una sujeción de un obispo hacia otro, ya que ambos participan del mismo ministerio apostólico.
El único ‘primo inter pares’; es decir, primero entre iguales, es el obispo de Roma, el Papa, porque es el sucesor del apóstol Pedro y signo de unidad universal.
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La Arquidiócesis de México, fundada en el siglo XVI, tenía un territorio tan grande que abarcaba gran parte del país y un poco de Centroamérica. Fue en 1950, al fundarse la Diócesis de Toluca, cuando se desprendió una gran parte del Estado de México, y en 1960, al fundarse la Diócesis de Texcoco, quedó únicamente como la Ciudad de México.
El desafío de la Iglesia en las grandes megalópolis es cómo atenderlas mejor desde el punto de vista pastoral. Ciudades enormes como París, San Pablo o Nueva York, se han organizado con nuevas diócesis dentro de la misma ciudad. Este era el proyecto para la Arquidiócesis de México desde 1988 con el Cardenal Ernesto Corripio, y renovado en 1995 con la llegada del Cardenal Norberto Rivera, aunque en ese momento se optó por otro modelo que, sin duda, produjo muchos frutos. Sin embargo, en una sana eclesiología no puede haber un ‘super obispo’ con ocho obispos auxiliares, o con diez o más, al contrario, cada obispo debe ser cabeza de su propia Iglesia local, y “esta diversidad de Iglesias locales, con un mismo objetivo, muestran muy claramente la catolicidad de la Iglesia indivisa” (LG 23).
La Arquidiócesis de México ha generado muchas diócesis a lo largo de su historia; hoy, por iniciativa del Cardenal Carlos Aguiar Retes y por disposición del Papa Francisco, se generan tres más dentro de la misma Ciudad de México: Azcapotzalco, Iztapalapa y Xochimilco, cada una con su propia identidad. Alrededor de la ciudad tenemos dos Arquidiócesis más, Tlalnepantla y Toluca, y otras nueve diócesis, todas del Estado de México; además de la Diócesis de Cuernavaca en Morelos desde el siglo XIX. Tomando en cuenta a la Ciudad de México, al Estado de México y a Morelos, tenemos hoy 16 diócesis distintas.
Todos esperamos que los obispos estén más cerca de sus presbiterios y sus parroquias, que los presbíteros estén mejor organizados para el servicio pastoral en la diócesis y en sus comunidades. La Iglesia católica es la misma, es indivisa, es única y es la misma en todas partes. La comunión, la colegialidad y la sinodalidad, deben distinguir nuestra tarea de evangelización y atención pastoral.
Los fieles laicos, las religiosas, los religiosos, los diáconos y los presbíteros, todos en unidad y comunión con el obispo diocesano formamos la única Iglesia local, que es signo y realización concreta de la Iglesia universal, una, santa, católica y apostólica.
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