El Pontificado del Papa Francisco, iluminado por el Espíritu Santo, fue una continuidad viva con la misión de Cristo. Foto: Especial
Mientras el mundo despide el paso en esta vida del Papa Francisco, no faltan voces que, en lugar de profundizar la riqueza de su magisterio y labor pastoral, buscan reducirlo a etiquetas como “progre”, “progresista”, “conservador”, “liberal” o “tradicionalista”.
Encasillar al Santo Padre en categorías ideológicas no solo es una injusticia con su persona y su misión, sino una profunda incomprensión del Evangelio que él, como Sucesor de Pedro, estuvo llamado a custodiar y anunciar.
Su pontificado, iluminado por el Espíritu Santo, no fue ruptura, sino continuidad viva con la misión de Cristo. Y es que el Evangelio no ha cambiado ni cambiará. A través de cada época, la Palabra de Dios sigue siendo la misma: viva, eficaz, capaz de hablar al corazón de cada generación.
El Papa Francisco no vino a alterar su esencia, sino a recordarnos, con su palabra firme y su ternura pastoral, que el anuncio cristiano debe renovarse constantemente en su ardor y cercanía, para alcanzar a todos.
Porque como él lo dijo: “el Espíritu Santo no se ata a épocas o modas pasajeras, sino que trae al presente la actualidad de Jesús, resucitado y vivo. ¿Y de qué manera el Espíritu realiza esto? Haciendo que recordemos; re-cordar significa traer de vuelta al corazón. El Espíritu trae el Evangelio de vuelta a nuestro corazón”. (Homilía en la Solemnidad de Pentecostés, 5 de junio de 2022).
La verdadera fidelidad al Evangelio no consiste en custodiar cenizas, sino en mantener viva la llama del amor de Cristo, capaz de llegar a todas las periferias humanas.
La insistencia del Papa en que la Iglesia sea “hospital de campaña”, abierta para los heridos del mundo, no fue concesión al espíritu de la época, sino fidelidad radical al espíritu del Evangelio.
En su Exhortación Apostólica Evangelii Gaudium, nos re-cordó: “La Iglesia no es una aduana, es la casa paterna donde hay lugar para cada uno con su vida a cuestas” (EG, 47).
Lo expresó de manera inconfundible durante la Jornada Mundial de la Juventud en Lisboa:
“En la Iglesia hay espacio para todos, todos, todos” (Discurso, 2 de agosto de 2023).
Con esas palabras, Francisco rompió barreras y re-cordó a toda la humanidad que la Iglesia no es el lugar de los perfectos, sino el hogar de los hijos de Dios.
Etiquetarlo, juzgarlo, minimizarlo desde categorías humanas es un error profundo. Honremos su memoria no con palabras, sino acogiendo su llamado: abriendo de par en par las puertas del corazón, y saliendo al encuentro de cada ser humano.
Re-cordemos la vida de Francisco, sus palabras y sus gestos, leamos, releamos, meditemos su magisterio y tratemos de llevar a la vida el mensaje que Dios nos ha regalado en su persona, que no ha sido otro sino un Evangelio viviente, como lo fue el Pobrecillo de Asís, en quien inspiró su nombre como Papa.
Demos gracias a Dios por el don de su vida, su testimonio y su ministerio. Nuestras oraciones lo acompañan, mientras confiamos en que el Buen Pastor, a quien sirvió con amor y entrega, ya le ha abierto las puertas de la vida eterna.
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