Desde hace más de 500 años inició un camino para toda América a partir del encuentro de dos realidades que con los siglos han perfilado algunos rumbos comunes.
A quienes compartimos ser latinoamericanos no sólo nos unen las lenguas, la religión y el mestizaje. Parecería que también compartimos una experiencia socio-política que no deja de ser a veces convulsa. Y no han bastado ni la llegada del siglo XIX con sus procesos independentistas, ni el siglo XX con las revoluciones sociales, ni el siglo XXI con globalizaciones e innovaciones de todo tipo. América Latina parece estar necesitada siempre de mucho más para resolver sus dilemas y conflictos, y poder esclarecer su rumbo.
Las noticias que surgen desde diversas regiones del continente generan incertidumbre y preocupación: ni fórmulas económicas distintas, ni liderazgos políticos de diverso signo, ni valoración de las culturas, ni el esfuerzo de organizaciones sociales o religiosas logran dar con los resultados que todos anhelamos.
Hay, sin embargo, un factor común y constante, a veces casi imperceptible, que une a los hombres y las mujeres de a pie o de caudales, en rancherías y poblaciones rurales o en medianas y grandes ciudades, que ha sostenido esfuerzos nobles y ha iluminado a héroes reconocidos o anónimos: la oración.
Desde la fe y en sintonía con todos los hombres y mujeres de buena voluntad, volvamos a constatar que en la oración y la plegaria nos encontramos con Dios y nos reconciliamos con los demás. Y aunque necesitemos de palabras comunes, la súplica elevada hasta el cielo siempre es recibida no obstante lleve rostro de urgente. Sí, urge que sigamos orando por nuestros pueblos, por todos los gobernantes, por las diversas instituciones y organismos que buscan el bien y la paz, y por las personas comunes, que deben construir patrias terrenas merecedoras de la Patria sin fin.
Al recitar la oración que Jesús nos enseñó, los bautizados nos abrimos a una voluntad que supera –para bien- cualquier ideología y programa político, que rebasa todo esquema cultural y purifica cada estrategia económica, que incluye toda legítima aspiración humana, y que no tiene otro interés que el bien de cada persona, de cada pueblo, del mundo entero: Hágase tu voluntad así en la tierra como en el cielo.
Hagamos una oración especial por todos los Pueblos de América en estos momentos álgidos, de debate intenso, de diferencias exacerbadas y de violentos reclamos; busquemos reconocer aún en la diferencia a nuestros hermanos y en el ambiente de tu parroquia o comunidad de fe, lo mismo que en la calidez de tu familia o en lo privado y particular de tu conciencia, con una plegaria por toda América ya estarás trabajando por tu propia paz y crecimiento personal. Lo necesitamos.
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