Hacemos una invitación a redescubrir la maternidad como símbolo de esperanza, como reflejo del amor de Dios que da vida, cuida y acompaña. Foto Especial.
Aprovechando el Día de las Madres queremos señalar cómo la realidad nos confronta con un rostro de la maternidad que no aparece en las postales coloridas o en los anuncios que celebran esta fecha.
Hoy, muchas madres no tienen a quién abrazar: Hay madres que viven buscando a sus hijos desaparecidos, recorriendo caminos de incertidumbre por todo México con una foto en la mano y una esperanza intacta en el corazón.
Hay madres que han visto morir a sus hijos a causa de la violencia, que han sido testigos del reclutamiento de sus adolescentes y jóvenes por el crimen organizado, o que han vivido la violencia intrafamiliar.
Otras, con el alma desgarrada, han vivido el drama silencioso del suicidio juvenil, la segunda causa de muerte entre los jóvenes.
Estas realidades no pueden ser invisibles. El corazón materno, como el de María al pie de la cruz (cfr. Jn 19,25), sufre en silencio pero también se mantiene firme. “Una espada te atravesará el corazón”, le había dicho antes Simeón a la Virgen (Lc 2,35). Y esa espada sigue atravesando a tantas mujeres que, por amor, sostienen la vida incluso en medio del dolor mas incomprensible.
Hablar de las madres es hablar del valor de la vida. En tiempos donde se promueve cada vez más la idea de que el aborto es un derecho absoluto, se nos olvida que, en el vientre de una madre, no hay un proyecto de vida, sino una vida ya iniciada.
La maternidad no siempre llega en condiciones ideales, pero eso no le quita valor ni dignidad a la vida que comienza. Tristemente, en muchos discursos sociales y políticos se apoya más la decisión de quitar la vida que la de defenderla, y se deja de lado el derecho más elemental: el derecho a nacer, el derecho a la vida.
El Papa Francisco, de feliz memoria, señaló en su exhortación apostólica Evangelii Gaudium (213) que “para ridiculizar alegremente la defensa que la Iglesia hace de la vida de los niños por nacer, se procura presentar su postura como algo ideológico, oscurantista y conservador. Sin embargo, esta defensa de la vida por nacer está íntimamente ligada a la defensa de cualquier derecho humano. Supone la convicción de que un ser humano es siempre sagrado e inviolable, en cualquier situación y en cada etapa de su desarrollo”.
Defender la vida no es un discurso ideológico, sino un compromiso de humanidad. Y las madres son, por excelencia, las primeras guardianas de ese don.
Como lo fue María, la madre de Jesús. Cuando el ángel le anunció que sería madre, no pidió garantías ni entendió todo lo que vendría. Simplemente respondió: “Hágase en mí según tu palabra” (Lc 1,38). Fue un “sí” a la vida, un “sí” a la voluntad de Dios, un “sí” que abrió las puertas de la salvación para toda la humanidad.
Aprovechamos esta fecha para hacer una invitación a redescubrir la maternidad como símbolo de esperanza, como reflejo del amor de Dios que da vida, cuida y acompaña. A todas las madres —las que tienen a sus hijos en brazos, las que disfrutan de su compañía y las que los llevan en el corazón—, les decimos gracias. Gracias por ser signo vivo del Evangelio, por enseñarnos que la vida siempre merece ser defendida, incluso en medio de las lágrimas.
En el marco de este Día de las Madres, que el Señor les consuele, les fortalezca y conceda la alegría que nace del amor ofrecido sin medida. Y que María, Madre de los dolores y Madre de la esperanza, les abrace con su ternura.
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