La paz es un don de Dios; es decir, no se obtiene automáticamente por decisiones políticas, sino que es uno de los frutos del Espíritu Santo que se alcanza por vivir cristianamente y unidos al Creador.
En este sentido, debemos entender que la consagración a la Virgen María que hizo el Papa Francisco de Rusia y Ucrania, no fue un acto de magia –como el mismo Santo Padre lo expresó– sino un acto espiritual para tocar a la puerta del Inmaculado Corazón de María y pedirle que, en este momento de tribulación, nos lleve a su Hijo, al Príncipe de la paz, para que devuelva a la humanidad este precioso don.
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En las últimas semanas, el mundo ha visto con horror los estragos de una guerra “cruel e insensata” -como la ha calificado el Pontífice–, que ha dejado incontables daños materiales e irreparables pérdidas humanas, con el riesgo de alcanzar una dimensión global.
“Si queremos que el mundo cambie, primero debe cambiar nuestro corazón”, dijo el Papa Francisco durante el acto de consagración. Pero, ¿por dónde empezar? La Iglesia Católica ha insistido, una y otra vez, en que el camino que lleva a la paz pasa por la familia. Y si bien es cierto que este camino es largo -sobre todo cuando desde diferentes frentes se ha buscado minar los cimientos de esta institución natural- sería absurdo pensar que alguna otra entidad pudiera ofrecer los valores universales que se forjan en la familia.
Aún cuando hemos sufrido incontables guerras, a la humanidad no nos ha quedado claro que la paz no se genera con el derramamiento de sangre, sino en el corazón de los individuos. Y tan evidente es que no ha quedado claro, que los gobiernos siguen hablando de paz, pero con sus acciones de impunidad, de corrupción y de posturas ideológicas alimentan la destrucción silenciosa de las familias y de sus miembros, cuyas consecuencias las sufrimos todos los días en la atroz violencia que lacera a la sociedad.
El Cardenal Carlos Aguiar Retes y sus obispos auxiliares, durante la visita pastoral que se realiza en la Arquidiócesis Primada de México, han aprovechado sus diversos encuentros para hacer conciencia a los fieles de que el único contrapeso a los males que sufre la humanidad, entre ellos esta guerra, son los valores cristianos que se aprenden en el seno familiar, como el amor al prójimo, la caridad, el perdón y la esperanza.
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Por esta razón, insistimos en que el primer paso para alcanzar la paz se debe dar en las familias, erradicando toda violencia y vicios, promoviendo el respeto a la dignidad de cada ser humano y el papel humanizador que tiene esta institución. Si la búsqueda de la paz –a cualquier nivel– no contempla la protección de la familia, las acciones y discursos serán, simple y sencillamente, insuficientes.
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