La violencia en México continúa. Los jóvenes son atrapados por las sombras violentas que envuelven nuestra realidad nacional. La desaparición de Roberto, Uriel, Diego, Dante y Jaime en Lagos de Moreno y la exhibición macabra de cómo eran obligados a agredirse entre ellos, nos cimbró a todos. Por otra parte, fuimos testigos a través de las redes sociales, de cómo un grupo de jóvenes universitarios, sin inhibiciones agredían a otro joven. Aunque son violencias diferentes, al final, son expresiones de las sombras en que estamos inmersos y que nos arrebatan la paz.
Pero la expresión, quizás mas grave de nuestra crisis, es que estas y otras escenas violentas, parecerían sólo capaces de conmovernos por pocos días y resultar ya incapaces de movilizarnos para actuar y exigir justicia. Así se va instalando en el cotidiano de nuestras vidas la indiferencia social, uno de los mayores obstáculos para la paz.
Pero gracias a Dios, entre éstas sombras hay luz, nos resistimos a la indiferencia y a perder la esperanza. Por ello, del 21 al 23 de septiembre nos reunimos en la ciudad de Puebla en el Diálogo Nacional por la Paz, convocado por los obispos de México, por la Conferencia de Religiosos, la Comisión de laicos de la Iglesia y los jesuitas.
En las entrañas de este diálogo está nuestra más grande y profunda vocación cristiana: ser hermanos, cuidarnos unos a otros. Las palabras del Papa Francisco: “asumimos la cultural del diálogo como camino; la colaboración común como conducta”(FT 285) inspiraron este encuentro.
“No hay punto final en la construcción de la paz social de un país, sino que es una tarea que no da tregua y exige el compromiso de todos”, nos dice el Santo Padre en Fratelli Tutti (232). Así este gran Diálogo Nacional no fue un punto de llegada, sino un momento en el camino, un camino en que vamos juntos, convocados en su inicio por la muerte violenta de los jesuitas Javier y Joaquín, y de Pedro Palma, padre y esposo amoroso.
Dialogar, nos señala el Santo Padre, consiste en acercarse, expresarse, escucharse, mirarse, conocerse, tratar de comprenderse, buscar puntos de contacto. Así, nuestro Diálogo Nacional por la Paz, convocó voces diversas; la pluralidad de los asistentes constituyó un mosaico en que reconocimos la riqueza de nuestras diversidad.
Obispos, sacerdotes, religiosos, religiosas, seminaristas, académicos, empresarios, jóvenes, víctimas de la violencia, policías y gobiernos municipales, sociedad civil organizada, representantes de otras Iglesias y religiones, entre otros más, hicimos realidad eso de ser hermanos, de sentirnos llamados a la misión de ser artesanos de la paz.
Como fruto del diálogo se elaboró una Agenda Nacional de Paz, que recogió lo compartido, orado y reflexionado a lo largo de 15 meses, todo aquello que se dijo en los 1002 Conversatorios por La Paz y en los 50 foros de justicia y seguridad, celebrados en los 32 estados del país. Como fruto de este gran Diálogo ha quedado constituida la Red Nacional de Paz, iremos juntos, como hermanos a exigir verdad y justicia, y a construir la paz.
El diálogo seguirá, es nuestra estrategia y no vamos a parar; nos sentimos llamados a construir sin tregua la paz. Pronto seremos convocados como individuos, como familias, como parroquias, a dialogar, a comprometernos a una vida sin violencia a pensar y construir la paz.
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