Editorial

Defendamos la seguridad de la Catedral de México

No es tema de risa ni de atención menor. El joven que hace unos días logró burlar la seguridad y escalar hasta uno de los campanarios de la Catedral Metropolitana, pone sobre la mesa un tema pendiente y urgente: la seguridad de los recintos religiosos que, además de ser patrimonio histórico y cultural del país, resguardan una gran cantidad de arte sacro, tesoro de todos los mexicanos.

En años recientes hemos visto episodios dolorosos por la falta de seguridad en los templos, entre ellos, el ataque con arma blanca al sacerdote Miguel Ángel Machorro, en mayo de 2017, en la Catedral de México, y ese mismo año, la agresión de una mujer a un lienzo de la Virgen de Guadalupe, en la Catedral de Tampico. Estas son sólo dos de las muchas imágenes que lastiman a la comunidad católica, y que no pueden convertirse en algo cotidiano.

Retomamos en particular el caso del padre Machorro porque ese acto ocurrió poco después de que el gobierno federal retirara del recinto el apoyo de la Policía Federal, que resguardaba la parte exterior del inmueble. En el interior se dejó únicamente a un número reducido de personal de Protección Federal.

Actualmente, tras un acuerdo que se realizó con la Comisión Nacional de Seguridad de la Secretaría de Gobernación, la Catedral Metropolitana cuenta con un servicio de Protección Federal.

Sin embargo, a pesar de que esta medida tiene un objetivo y los miembros de seguridad en la Catedral han realizado con gran empeño su encomienda de velar por la protección y seguridad de las personas y las instalaciones, lo cierto es que es necesario que exista una estrategia clara y definida, con una protección mayor en número de elementos y un sistema tecnológico que favorezca la prevención y atención ante cualquier contingencia.

En el último caso, se pudo atender al joven que aprovechó la escasa vigilancia para subir hasta el campanario de la Catedral. Bien por el actuar del servicio de Protección Federal, pero mal por el hecho de haber tenido que vivir una situación de riesgo –que puso en peligro la vida de una persona–, que pudo haberse evitado con la seguridad suficiente.

DLF Redacción

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