Hoy, muchos sepulcros tienen forma de indiferencia, de rencor guardado, de miedo silenciado. Foto: Especial
La Semana Santa nos invita a reflexionar el misterio más profundo de nuestra fe: la pasión, muerte y resurrección de Jesucristo. Mientras cruzamos ese camino, desde el Gólgota hasta la tumba vacía, hacemos una invitación para realizar un profundo análisis en torno a las preguntas ¿qué muere en nosotros?, ¿qué necesita resucitar?, ¿cuáles son nuestros sepulcros personales y colectivos?
Un sepulcro es el lugar donde se encierra lo muerto, lo que ya no tiene vida, y no siempre está hecho de piedra. Hoy, muchos sepulcros tienen forma de indiferencia, de rencor guardado, de miedo silenciado. Como sociedad, cargamos con sepulcros colectivos que no huelen a mirra, sino a abandono, injusticia y dolor.
Vivimos tiempos marcados por la violencia que se multiplica en nuestras calles y hogares. La violencia intrafamiliar, muchas veces silenciada por vergüenza o por miedo, es uno de esos sepulcros oscuros donde mueren diariamente la dignidad, el respeto y el amor. Niños y mujeres, en especial, cargan con el peso de estas heridas profundas que deberían dolernos como cuerpo social.
Otros sepulcros se esconden en la polarización que divide comunidades, familias y naciones. El diálogo se ha vuelto escaso, y la escucha es casi una virtud perdida. Encerrados en nuestras posturas, preferimos la descalificación al encuentro. Así, enterramos la posibilidad de construir juntos.
La pobreza, la corrupción, la exclusión de los más vulnerables —como los migrantes, los ancianos, los enfermos— son también signos de muerte en medio de una sociedad que en su gran mayoría se dice cristiana. ¿Cómo hablar de resurrección si no nos atrevemos a mirar esos sepulcros con sinceridad y compasión?
Pero la gran oportunidad que nos ofrece esta Semana Santa es que no termina con la muerte. La respuesta está en Jesús, quien nos dice con amor y misericordia: “Yo soy la resurrección y la vida; el que cree en mí, aunque esté muerto, vivirá. Y todo aquel que vive y cree en mí, no morirá” (Jn 11, 25-26).
Como Iglesia, como ciudadanos, como hermanos, estamos llamados a rodar la piedra de nuestros sepulcros. A romper el silencio ante la injusticia. A sanar las heridas de la violencia con gestos de ternura.
A construir puentes donde hay muros. A devolverle la voz a quienes han sido callados. A resucitar la esperanza en medio del caos.
Hacemos la invitación para que esta Semana Santa no pase de largo. Aprovechemos estos días santos para preguntarnos con honestidad “¿cuáles son nuestros sepulcros?” Ese es un primer paso para ser portadores de esperanza en una sociedad herida.
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