En las últimas semanas han salido a la luz hechos preocupantes: el hallazgo de dos niños descuartizados en el Centro Histórico de la Ciudad de México; la broma desproporcionada hacia un joven de escasos recursos, hecha por sus compañeros de preparatoria; y el desdén de muchas personas a las medidas de prevención sanitarias. Todos ellos reflejan, en distintos niveles, una espiral de deshumanización y crueldad en nuestra sociedad.
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Estos hechos lamentables tienen múltiples y muy complejas causas, pero sin duda, en el centro, lo decisivo es el amor. Donde hay violencia existen corazones lastimados que no se han sentido suficientemente amados, o no se han dejado amar, o han desvirtuado su experiencia del amor.
La violencia social normalmente inicia en el seno de las familias y los hogares, y es consecuencia de la falta de profundidad en los vínculos, el abandono en el que viven muchos niños, adolescentes y jóvenes.
Ante esta creciente deshumanización, más que lamentarnos por lo que no podemos cambiar, hemos de apostar por acciones que sí estén a nuestro alcance, desde la realidad y circunstancias en las que cada uno nos desarrollamos.
En la Iglesia, por ejemplo, a partir del fortalecimiento de la atención a las familias. Una de las raíces de la violencia es el olvido de Dios en la propia vida. En la medida en que desterramos a Dios de la familia y de las estructuras sociales, el mundo se nos vuelve una selva, en donde estamos enfrentados unos con los otros.
En el hogar es necesaria una apuesta decidida de los padres para fortalecer la educación en los valores, y de los adultos en general para asumirse como mentores de las nuevas generaciones; en las instituciones educativas es importante inculcar la concientización para denunciar todo aquello que represente violencia, pero también la enseñanza para manejar la frustración y el estrés ante las situaciones adversas.
El gobierno, por su parte, debe apurar la generación de oportunidades de desarrollo y trabajo, en especial para los jóvenes.
Ante la deshumanización que estamos viendo, no podemos quedarnos sin reflexionar: ¿por qué la vida humana ha dejado de valer? Mirar esos hechos con indiferencia es la clave para que un día nosotros seamos igualmente víctimas de ellos. Hacer algo al respecto es urgente, inaplazable, y uno de los aspectos prioritarios, si es que se quiere garantizar un mejor futuro.
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