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 domingo 18 de septiembre de 2022
L’OSSERVATORE ROMANO
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  llamados a la altura de ese amor: a purifi- carnos de nuestras ideas distorsionadas so- bre Dios y de nuestras cerrazones, a amar- loaÉlyalosdemás,enlaIglesiayenla sociedad, también a aquellos que no pien- san como nosotros, e incluso a los enemi- gos.
Amar; aunque cueste la cruz del sacrificio, del silencio, de la incomprensión y de la soledad, aunque nos pongan trabas y sea- mos perseguidos; amar así, incluso a este precio. Porque —como dijo también el Beato Juan Pablo I— si quieres besar a Je- sús crucificado «no puedes por menos de inclinarte hacia la cruz y dejar que te pun- cen algunas espinas de la corona, que tie- ne la cabeza del Señor» (Audiencia General, 27 septiembre 1978). El amor hasta el ex- tremo, con todas sus espinas; no las cosas hechas a medias, las componendas o la vi- da tranquila. Si no apuntamos hacia lo al- to, si no arriesgamos, si nos contentamos con una fe al agua de rosas, somos —dice Jesús— como el que quiere construir una torre, pero no calcula bien los medios para hacerlo; éste “pone los cimientos” y des- pués “no puede terminar el trabajo” (cf. v. 29). Si, por miedo a perdernos, renuncia- mos a darnos, dejamos las cosas incomple- tas: las relaciones, el trabajo, las responsa- bilidades que se nos encomiendan, los sueños, y también la fe. Y entonces acaba- mos por vivir a medias —y cuánta gente vi- ve a medias, también nosotros a veces te- nemos la tentación de vivir a medias—; sin dar nunca el paso decisivo —esto significa vivir a medias—, sin despegar, sin apostar todo por el bien, sin comprometernos ver- daderamente por los demás. Jesús nos pi- de esto: vive el Evangelio y vivirás la vida, no a medias sino hasta el extremo. Vive el Evangelio, vive la vida, sin concesiones.
Hermanos, hermanas, el nuevo beato vivió de este modo: con la alegría del Evangelio, sin concesiones, amando hasta el extremo. Él encarnó la pobreza del discípulo, que no implica sólo desprenderse de los bienes materiales, sino sobre todo vencer la tentación de poner el propio “yo” en el centro y buscar la propia gloria. Por el contrario, si- guiendo el ejemplo de Je-
sús, fue un pastor apacible y humilde. Se consideraba a sí mismo como el polvo so- bre el cual Dios se había dignado escribir (cf. A. Luciani/Juan Pablo , Opera omnia, Padua 1988, vol. II, 11). Por eso, decía: «¡El Señor nos ha recomendado tanto que seamos humildes! Aun si habéis hecho co-
sas grandes, decid: siervos inútiles somos» (Audiencia General, 6 septiembre 1978).
Con su sonrisa, el Papa Luciani logró transmitir la bondad del Señor. Es hermo- sa una Iglesia con el rostro alegre, el rostro sereno, el rostro sonriente, una Iglesia que nunca cierra las puertas, que no endurece los corazones, que no se queja ni alberga resentimientos, que no está enfadada, no es impaciente, que no se presenta de mo- do áspero ni sufre por la nostalgia del pa- sado cayendo en el “involucionismo”. Ro- guemos a este padre y hermano nuestro, pidámosle que nos obtenga “la sonrisa del alma”, que es transparente, que no enga- ña: la sonrisa del alma. Supliquemos, con sus palabras, aquello que él mismo solía pedir: «Señor, tómame como soy, con mis defectos, con mis faltas, pero hazme como tú me deseas» (Audiencia General, 13 sep- tiembre 1978). Amén.
El pésame del Papa por la muerte de la reina Isabel II
Ejemplo de servicio y dedicación
 El espíritu de servicio y el ejemplo de dedicación al deber que han distinguido el testimonio de la reina Isabel II – fallecida el jueves 8 de septiembre a los 96 años – fueron señalados por el Papa Francisco en un telegrama de pésame enviado a su sucesor, el rey Carlos III Del texto original en inglés publica- mos una traducción al español.
A su majestad el Rey Carlos III Buckingham Palace Londres
Profundamente entristecido al enterarme de la muerte de Su Majestad la Reina Isabel II, ofrezco mis más sinceras condo- lencias a Su Majestad, a los miembros de la familia real, al pueblo del Reino Unido y de la Commonwealth. De buen grado me uno a todos los que lloran su pérdida para orar por el descanso eterno de la di- funta Reina y para rendir homenaje a su vida de incansable servicio por el bien de la nación y la Commonwealth, su ejem- plo de devoción al deber, su firme testi- monio de fe en Jesucristo y su firme espe- ranza en sus promesas. Encomendando su noble alma a la bondad misericordiosa
de nuestro Padre Celestial, aseguro a Su Majestad mis oraciones para que D ios Todopoderoso lo sostenga con su gracia inagotable al asumir ahora sus altas res- ponsabilidades como Rey. Sobre usted y todos los que atesoran la memoria de su difunta madre, invoco una abundancia de divinas bendiciones como prenda de consuelo y fortaleza en el Señor.
Desde el Vaticano, 8 de septiembre 2022
FRANCISCO


















































































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