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/ OPINIÓN
COLUMNA INVITADA
Por JUAN JESÚS PRIEGO
Sacerdote, periodista y escritor de la Arquidócesis de San Luis Potosí.
del pobre animal? ¿Cómo va a poder con tanto peso? Es cierto que los asnos fueron creados para la carga, pero no por eso hay que abusar de ellos.
Al oír estas palabras, Nasruín se sintió más infeliz que nunca. Era verdad: ¡pobre burro!
-¿Oíste eso? -preguntó a su hijo-. ¡Pues mañana volveremos al mercado!
El quinto día, Nasrudín y su hijo llegaron a la ciudad cargando al burro, para ver si ahora sí conseguían la aprobación de la gente, pero ésta empezó reírse de ellos y a decir:
-¡Miren a esos dos locos! ¡Van cargando al burro en vez de montarse en él!
Desde ese día, ni el padre ni el hijo vol- vieron a aquel pueblo de murmuradores. ¡Pobre Nasrudín! ¡Y él que quería enseñarle a su hijo la sana compostura ante el qué dirán!
En 1984 un grupo de psicólogos esta- dounidenses realizaron una encuesta entre varios miles de personas agorafóbicas, depresivas y ansiosas, y descubrieron que había algo que las acomunaba, indepen- dientemente de cuál fuese la enfermedad de cada una, a saber: que casi todas (el 96 por ciento) daba excesiva importancia a lo que decían los demás:
«Casi todos los encuestados expresaron que detestan herir los sentimientos de otras personas. Probablemente se acerque más a la verdad decir que tienen miedo a ser rechazados o ridiculizados». [C.J. McCullou- gh – R. Woods Mann, La ansiedad, Buenos Aires, Sudamericana, 1990].
Es bueno escuchar a los demás y seguir su consejo; pero no debemos permitir que sus palabras nos pongan tristes, ni mucho menos que desbaraten nuestros proyectos. ¿Por qué no seguir yendo a la ciudad? ¿Sólo porque hay gente que va a hablar de no- sotros? Pues bien, que hablen. De todas formas, no habrá ninguna manera de darles gusto. Y, si no, que lo diga Nasrudín.
           NSasrudín y su hijo
olía decir Gilbert K. Chesterton (1874-1936), el gran polemista inglés, que el día en que la hu- manidadse decida a vivir se-
gún las máximas aprendidas en los libros escolares, ese día habrá algo así como una conmoción universal. Lo mismo sucederá, pienso yo, cuando llevemos a la práctica las moralejas de algunos cuentos que nos sabemos.
Una vez, el hijo de Nasrudín, que era muy feo, confesó a su padre tener mucho miedo de salir a la calle, pues estaba con- vencido de que los vecinos se burlarían de él.
-¡Eso sí que no! -le respondió Nasrudín-. ¿A quién le puede importar lo que diga la gente? ¡Mañana mismo irás conmigo al mercado para que todos te vean!
Al día siguiente, muy temprano, Nasru- dín aparejó el burro, se montó en él y pidió a su hijo que lo siguiera. ¡Tener miedo a lo que dice la gente, qué estupidez!
Muy cerca del mercado había una fonda en la que casi todos los hombres del pueblo se reunían para conversar y consumir grandes cantidades de tabaco. Cuando vieron a Nasrudín montado en el burro y a su hijo correr detrás de él, empezaron a murmurar diciendo:
-Vean a ese padre desconsiderado. Él va muy a gusto en el burro, mientras que su hijo casi se muere de la insolación y del cansancio.
Nasrudín oyó lo que decían aquellos hombres y se sintió apenado.
-¿Oíste eso? -preguntó al muchacho-. Pero no por eso vamos a desanimarnos. ¡Mañana volveremos al mercado!
El segundo día, padre e hijo intercam- biaron papeles y, así, mientras éste iba montado en el burro, aquél lo seguía a pie. En la fonda estaban los mismos hombres
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del día anterior, quienes, al ver a Nasrudín y a su hijo, volvieron a murmurar:
-Vean ustedes a lo que ha llegado la juventud de hoy. Mientras el pobre viejo apenas puede mantenerse en pie, el hijo recorre su camino muy quitado de la pena encaramado en el burro. ¡Qué desconsideración!
Al oír estas palabras, Nasrudín volvió a sentirse profundamente apenado.
-¿Oíste eso? -preguntó al muchacho-. ¡Pues mañana volveremos al mercado!
Al tercer día, para evitar murmuraciones, Nasrudín decidió que tanto él como su hijo irían a pie jalando al burro. La fonda estaba llena de gente que, al ver a los recién lle- gados, empezó a murmurar diciendo:
-¡Observen a ese par de tontos! Ellos camina que camina y el burro quitadísimo de la pena. ¿Es que no saben esos idiotas que los burros fueron creador por Alá, bendito sea, para el trabajo y faena? ¡Si serán bestias!
La congoja de Nasrudín se hizo visible una vez más. No obstante, aquellos hom- bres tenían razón. ¡Los burros se hicieron para la carga y no para andar por la vida contemplando el paisaje!
-¡Pues mañana volveremos al mercado! -dijo Nasrudín al muchacho.
Al cuarto día, para congraciarse con los hombres de la fonda, Nasrudín y su hijo se montaron en el burro y se dirigieron a la ciudad. Pero aquéllos, nada más verlos llegar, desataron sus lenguas y empezaron a decir:
-¡Pobre burro! ¿Es que no tienen piedad
       Es bueno escuchar a los demás, pero no debemos permitir que sus palabras desbaraten nuestros proyectos.
  26 20 de junio de 2021 desdelafemx desdelafe.oficial desdelafe DesdelaFeOficial www.desdelafe.mx






























































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