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  ANGELUS DOMINICAL Por P. EDUARDO LOZANO
OPINIÓN / [email protected]
ideales netamente cristianos han permea- do leyes, costumbres, culturas, ¡y todo eso es reflejo de la luz de Jesús!... QUIERO IN- SISTIR -no obstante lo que acabo de seña- lar- en que sigue siendo necesario e indispensable el testimonio cercano y cá- lido de quienes profesamos la fe en el Señor Resucitado, sin el cual el dato de la resurrección se sigue quedando en mero dato, como si de un recuerdo histórico se tratara y no de un acontecimiento que trasciende la historia y nos marcó hasta el tuétano de nuestra existencia... HAY TAN- TOS HOMBRES y mujeres que sencillamente no terminan por abrazar la fe en Jesús y que desconfían de la acción de la Iglesia porque somos los bautizados los primeros en enfriar y esconder el esplendor y la gloria del Resucitado, es decir, nos queda- mos como los primeros apóstoles que no terminaron por convencer a Tomás (y le seguimos tachando de incrédulo)... TE CON- FIESO AQUÍ -en lo discreto de estas páginas- que desde tiempo también he desconfiado deunafequesebasaenlaemociónyel atractivo conque solemos inflar y adornar el mensaje del Evangelio (y casi lo dejamos como si fuera show televisivo); y también dejo claro que no estoy en contra de es- fuerzos que unos y otros hacemos para llegar a nuevas generaciones, pero al mis- mo tiempo constato que cualquier estruc- tura o programa, cualquier esquema o proyecto se queda en mero celofán si no aportamos el verdadero regalo de llevar -en nosotros mismos- las huellas gloriosas de Jesús resucitado: si los “Tomases” de hoy tocaran nuestras heridas luminosas sin duda no sembrarían de dudas su ca- mino hasta Jesús...
         DIOS ES LUZ y en el acontecimiento de la resurrección de Jesús se nos ha manifes- tado en toda su plenitud, en todo su es- plendor, en su incomparable grandeza, incluso con mayor fuerza que en el acon- tecimiento de su nacimiento allá en Belén, donde la ternura es más espontánea y la gratitud brota ante la vida... EN LOS BRAZOS MATERNALES de la Virgen María y con el cuidado y protección de José, Jesús se nos hace cercano y accesible, tanto que los pastores y los sabios venidos del Oriente llenaron su corazón con aquel cuadro que se repite en cada familia, de cada pueblo, en todo el mundo... PERO LUEGO DEL ES- CARNIO de la cruz, después de clavos y espinas, azotes y costado traspasado, nos cuesta aceptar y entender que quien fue depositado en el sepulcro ahora se presenta vivo y glorioso, en paz y sin pena ni dolor, sin sombra de muerte o destrucción... QUIE- NES CREEMOS EN JESÚS tal vez tenemos un pecado atroz y permanente, un pecado que ya se nos hizo rutina y hasta adornamos de tradición: el pecado de afirmar la resu- rrección de Jesús sin dejarnos iluminar por la luz incomparable que brota de este mis- terio... HAS DE PERDONAR estas palabras mías que pueden sonar a condena super- ficial y generalizada, pero no me explico de otro modo el hecho de que año tras año celebramos la Pascua de Resurrección, pero nuestras existencias concretas siguen atadas a una rutina devocional, a una ce- lebración que no termina de proyectarse ante tantos que necesitan conocer y amar a Jesús y no llegan hasta Él porque nuestra fuerza es la de una chispita fugaz y no la de una Luz Inmarcesible, Inagotable, Tras- cendental... TRAIGO A TU MEMORIA la figura de Tomás, a quien por siglos no le hemos perdonado su incredulidad y cuyas pala- bras siguen reflejando la actitud de tantos contemporáneos: Si no meto mi dedo en la llaga de su mano, y si no meto mi mano
en la herida de su costado ¡no creeré!... POR SUPUESTO QUE yo no estuve ahí, cuando el resto de los apóstoles le dijeron que habían visto al Señor; pero lo que desde hace mucho tiempo sigo pensando es que su afirmación no proyectaba la emoción y alegría de quien ha visto una luz del ta- maño de Dios, no estaba cargada de la fuerza que les comunicó el Resucitado, y más bien ya los había desgastado una ru- tina fría y entonces su afirmación resultaba débil... SI EN LAS PALABRAS y actitudes, en los rostros y alegría de sus compañeros Tomás hubiera visto un reflejo claro de la luz de Jesús resucitado, ciertamente hu- biera dicho: Aunque no lo he visto y aun- que no meta mi dedo en sus llagas, por lo que oigo y veo en ustedes no puedo dejar lugar a duda alguna, ¡les creo porque us- tedes también están resucitados!... NOS DUELE VER que la guerra o las enfermeda- des siguen cobrando una cuota terrible, nos cuestiona que la ambición y la prepo- tencia siguen pisoteando a tantos indefen- sos, nos escandaliza que tantos signos de muerte golpean nuestra civilización añe- jada bajo el signo de la cruz, pero no hemos sido capaces de seguir mostrando con mayor fuerza la luz que viene de Jesús Resucitado... ES EVIDENTE EL SELLO de la fe en Jesús que ha marcado por siglos nuestro mundo y que se palpa en tantas construc- ciones llenas de belleza y esplendor (como catedrales, ermitas y templos esparcidos por doquier), también ahí está la acción de tantos bautizados que curan y atienden el dolor humano y la necesidad de mar- ginados (hospitales, escuelas, asilos y tan- tos otros centros de ayuda y promoción humana), y no olvidemos que valores e
      “Es necesario el testimonio de quienes profesamos la fe en el Resucitado.”
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