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OPINIÓN / Sacerdote, periodista y escritor de la Arquidócesis de San Luis Potosí.
  LETRAS MINÚSCULAS Por P. JUAN JESÚS PRIEGO
         Marta y María, o las dos caras del amor
@desdelafemx
una buena comida (o ropa, un buen colegio, o un buen auto), también tener tiempo para estar con los que amamos.
En una larga entrevista le fue hecha a Anselm Grün, el famoso monje benedictino alemán, la siguiente pregunta: “En Estados Unidos es muy popular actualmente con- currir al psicoterapeuta personal. ¿Es un fenómeno netamente americano, una moda, o tiene raíces más profundas?”.
Respondió: “En principio, ir regularmente al terapeuta es seguramente un fenómeno americano. Pero también entre nosotros aumenta. Probablemente este fenómeno tenga sus raíces en la pérdida de relaciones interpersonales firmes. Antes era posible dialogar mucho con el amigo o la amiga, o con un sacerdote en la conversación de ayuda espiritual o en la confesión”.
En la actualidad -continuó el monje be- nedictino- ya no es algo tan natural: cada vez tenemos menos tiempo para nosotros y para un buen intercambio. Lo mismo se aplica para la ayuda espiritual, en la cual la actividad ajetreada torna imposible una buena conversación”.
¡Dios mío, cómo me abrió los ojos esta breve respuesta! Sí, tal vez el aumento de las enfermedades mentales en nuestras sociedades se deba al sencillo hecho de que no tenemos ya con quien hablar, y en- tonces pagamos para que alguien se tome el trabajo de escucharnos. No sé, tal vez si hubiese alguien con quien conversar cons- tante y amorosamente, nuestros males psíquicos no serían tan agudos.
Agitarse o escuchar: ¿qué es mejor? Las dos cosas, pero si hubiera que elegir una, sería mejor la última que la primera. Así lo dice Jesús.
Tener tiempo para el otro, para escu- charlo contemplativamente, dejarlo todo para estar con él, sentarse incluso a sus pies: ésta es, sin menospreciar la otra, la mejor de las hospitalidades.
 Mientras iban caminando, Jesús entró en un pueblo, y una mujer llamada Marta lo
recibió en su casa. Tenía Marta una hermana llamada María que, sentada a los pies del Señor, escuchaba su palabra. Marta, en cam- bio, estaba atareada con todo el servicio de la casa; así que se acercó a Jesús y le dijo:
“-Señor, ¿no te importa que mi hermana me deje sola servir? ¡Dile que me ayude!
“Pero el Señor le contestó:
“-Marta, Marta, tú andas inquieta y pre- ocupada por muchas cosas, cuando en realidad una sola es necesaria. María ha elegido la mejor parte, y nadie se la quitará” (Lucas 10, 38-42).
¡Pobre Marta! El Señor ha llegado de im- proviso y no se le ha ocurrido otra cosa que correr a la cocina. Enciende el fuego, calienta el agua, amasa la harina... ¿Y su hermana, mientras tanto? Sigilosamente, echa una mirada..., ¿y qué es lo que ve? A María, sen- tada a los pies del Maestro. ¡Vaya cosa! Y, por supuesto, se enoja. Marta es una mujer de carácter, y los evangelios nos la presentan siempre enfurruñada. Por lo que sabemos, dos veces riñe a Jesús con aspereza: ésta, y cuando muere su hermano Lázaro. “Señor –le dijo -, si hubieses estado aquí, no habría muerto mi hermano” (Juan 11, 32). Marta da la impresión de ser una mujer hiperactiva y, por lo tanto, irritable.
Para ella, el amor se expresa con obras. Amar a alguien significa ponerse a servirle. ¡En cambio, María...! Al verla bien sentadita en el suelo, atenta a las palabras del Señor, ya no puede más y explota: “Señor, ¡dile que me ayude!”. Para María, en cambio, el amor es otra cosa: es no tanto ponerse en movi- miento cuanto aquietarse para estar con quien se ama. Amar para ella es escuchar, mirar contemplativamente la luz de una mirada, la belleza de un rostro, hacer
compañía.
Como ha escrito recientemente el teó-
logo español José María Castillo, “Marta es la ayuda, y María la escucha. Marta repre- senta el ser-para; María representa el es- tar-con. Marta es servicio; María es compañía”. Y prosigue: “Jesús expresa su clara preferencia por lo que es y representa María. Mucha gente está dispuesta a dar; cada día hay menos personas dispuestas a escuchar... Jesús piensa que lo mejor que podemos hacer en la vida es estar dispo- nibles para la escucha, para dedicar nuestro tiempo, nuestra atención, nuestro interés, a la otra persona” (La religión de Jesús).
Hay, en efecto, quienes, como Marta, dan muchas cosas a los que aman, pero casi nunca están con ellos porque están ocu- pados sirviéndolos. Me decía hace poco un honesto padre de familia:
-Hoy se habla de integración familiar y todo eso. En el colegio nos dice la psicóloga que debemos pasar más tiempo con nues- tros hijos; que es preciso salir con ellos y jugar fútbol o lo que sea en los parques y en los jardines. ¿Y usted cree que yo no querría hacerlo? ¡De eso pido mi limosna! Pero alguien tiene que llevar la comida a casa, pagar colegiaturas...
Oyéndolo hablar con tal convicción, no podría uno osar contradecirlo. Y, sin em- bargo, parece que algo le falta todavía a su amor. Este buen padre da cosas, pero no se da a sí mismo.
Marta se mueve ansiosa en la cocina, mientras María escucha con atención y en silencio. Hay aquí dos actitudes antitéticas, pero que debieran ser complementarias: la de quien quiere demostrar su amor hacien- do muchas cosas (Marta), y la de la otra, que prefiere quedarse haciendo compañía. Pues bien: el amor es ambas cosas: agitarse, pero también acompañar; ofrecer no sólo
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desdelafe.oficial desdelafe DesdelaFeOficial 27 de marzo de 2022 15








































































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