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 Así que, como Él, sufrió burlas, escarnios y malos tratos. Como Él, murió en un monte, en una cruz donde fue exhibido junto a otros mártires a manera de escarmiento a los cristianos. Y como Él, fue atravesado por una lanza al momento de su muerte. De esa muerte por amor a Jesús, dio aviso aquella higuera plantada en el patio de la casa paterna.
ENTRE SAN FELIPE Y LA HIGUERA
De acuerdo con el padre Luis Felipe García, Canónigo de la Basílica de Guadalupe, quien por años ha estudiado la vida de san Felipe de Jesús, fue el padre de este santo, Alonso de las Casas -hombre platero de oficio, em- parentado con Fray Bartolomé de las Casas-, quien trajo aquella higuera al país, después de haberla traído consigo por Tierra Santa.
El padre Luis Felipe refiere que en reali- dad eran dos higueras las que trajo a México don Alonso de las Casas: la referida ante- riormente, y otra que obsequió al Palacio Virreinal. Ambas plantas con los años se fueron secando -explica-, pero para entonces ya habían salido de sus ramas muchos nue- vos arbustos.
Pese a que la higuera plantada en el patio de la casa familiar ya estaba totalmente seca, los padres de san Felipe no la quisieron cortar precisamente porque la habían traído de Tierra Santa, de manera que la mantenían ahí en calidad de reliquia.
Se dice que el pequeño Felipe -nacido el 1 de mayo de 1572-, era sumamente inquieto, y que, en su tierna infancia, a usanza de la época, tenía una nana de piel negra, que era víctima de todas sus travesuras, pero lo ama- ba a pesar de todo.
Así, se cuenta que la mamá de Felipe, exasperada por las travesuras de su hijo, exclamaba: “¡Ay mi Felipillo santo!”. Y la nana contestaba: “¿Felipillo santo?, ¡cuando la hi- guera reverdezca!”.
Educado por los jesuitas, siendo apenas un jovencito, Felipe tomó la decisión de ha- cerse fraile franciscano. Sin embargo, no aguantó el noviciado y escapó. De manera que su padre lo llevó a Filipinas para ver si la migración y el negocio familiar lo llevaban a hacerse un hombre de bien.
Ya en ese país, Felipe comenzó a tomar en serio los negocios de su padre terrenal; pero más aún el llamado de su Padre del
San Felipe de Jesús interpretó el desvío de su barco a Japón como una señal de que en aquel país podía servir a Dios.
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desdelafe.oficial desdelafe DesdelaFeOficial 30 de enero de 2022 5
Cielo: ingresó de nuevo a la Orden de los Franciscanos, y esta vez lo hizo de manera ejemplar.
SU BARCO SE DESVIÓ
Con el fin de ser ordenado sacerdote en Mé- xico para regocijo de sus padres, obtuvo permiso para viajar a nuestro país. Así, se embarcó hacia su amada tierra; sin embargo, una tempestad desvió su barco a Japón. Felipe tomó su naufragio como una gran dicha; entendió que ahí podría entregarse más a Cristo por la conversión de Japón.
Cuando la embarcación naufragó eran tiempos del emperador Toyotomi Hideyoshi, apodado por los europeos “Taicosama”, quien había ordenado la expulsión de los jesuitas en el año 1857, pues estaba decidido a erra- dicar el cristianismo del llamado “país del sol naciente”.
Sin embargo, los jesuitas se resistieron a abandonar sus incipientes comunidades y ahí se quedaron. En este contexto, llegó la
desventurada embarcación de Felipe a las costas de Japón, obligada por aquella tem- pestad. En 1593, aquellos jesuitas recibieron el refuerzo de 15 franciscanos españoles, lo cual fue tomado como una afrenta por “Tai- cosama”, quien en 1596 mando matar a todos los cristianos.
Arrestaron a 26: tres hermanos jesuitas japoneses presididos por Pablo Miki; tres sacerdotes franciscanos, tres frailes (todos españoles, exceptuando a nuestro Felipe) y 17 laicos terciarios franciscanos, entre ellos tres niños. Durante semanas fueron llevados de pueblo en pueblo y maltratados para escarmiento de los simpatizantes del cris- tianismo. Finalmente los llevaron a la ciudad de Nagasaki, donde fueron crucificados de cara al mar el 5 de febrero de 1597; para entonces Felipe tenía 24 años.
Se cuenta que aquel día, en la casa pa- terna, la nana de Felipe entró llena de gozo gritando “¡Felipillo santo, Felipillo santo!”. Y es que la higuera había reverdecido.















































































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