Page 14 - Impreso
P. 14

/ OPINIÓN
LETRAS MINÚSCULAS
Por JUAN JESÚS PRIEGO
Sacerdote, periodista y escritor de la Arquidócesis de San Luis Potosí.
explicamos cómo es que haya podido llegar a hacerse con cargo tan importante. Al segundo, en cambio, le desearemos que llegue a Papa si es obispo, o a presidente si es senador. Y si me permite proseguir con los ejemplos, permítame citarle uno tomándolo de una página evangélica que seguramente no le será desconocida.
Una vez, Jesús se encontró por ahí a un hombre llamado Felipe y le dijo: “Sígueme”. Felipe lo siguió. Y cuando éste, más tarde, se topó en el camino con un amigo suyo llamado Natanael, le dijo como quien co- munica una gran noticia: “¡Hemos encon- trado al mesías! Es Jesús, el hijo de José, el de Nazaret”.
Natanael se resiste a creer y se limita a citar un dicho muy popular en aquellos contornos: “Pero, ¿puede acaso salir algo bueno de Nazaret?”. Le dijo Felipe: “Ven y lo verás”. Ahora bien, viendo Jesús que Natanael se le acercaba, le dijo a modo de bienvenida:
“-¡He aquí a un israelita de verdad!”.
Por supuesto que Natanael debió de sen- tirse profundamente halagado, pues ¿quién no va a desear que lo traten tan cortés- mente? Con todo, preguntó:
-¿De qué me conoces?
Jesús le respondió:
-Antes de que te llamara Felipe, te vi debajo de la higuera.
Respondió entonces Natanael:
-Maestro, tú eres el hijo de Dios, tú eres el rey de Israel (Cf. Juan 1, 43-49).
Cuando era yo más joven, señor, no encontraba la razón de por qué Natanael reaccionó de este modo y dijo al Señor cosas tan subidas. Si apenas acababa de conocer a Jesús, ¿no era desproporcionado llamarlo rey de Israel? Pero ahora lo com- prendo. Natanael se había sentido objeto de un gran interés por parte de Jesús, y al decirle éste: “Te vi debajo de la higuera”, sencillamente lo desarmó, si puedo expre- sarme así.
¿Lo ve usted, señor? Hay gente en este mundo que se cree importante y trata a los demás con frialdad y displicencia, pero la verdad es que las cosas funcionan exac- tamente al revés: los demás sólo son im- portantes para nosotros cuando son capaces de demostrarnos que también lo somos para ellos.
           l secreto
@desdelafemx
acercarnos a él. El corazón nos late fuerte en el pecho y nos sentimos ultrajados. Poseídos de tales sentimientos, nos aleja- mos encogidos, cual si en el fondo quisié- ramos desaparecer; pero he aquí que apenas hemos caminado unos pasos cuan- do se nos pone enfrente el segundo per- sonaje que, en nuestro caso, para simplificar el discurso, es también un obispo. Por no dejar, lo saludamos, aunque sin mucho entusiasmo, pues la experiencia anterior nos enseñó que no debemos andar por la vida saludando a gente que nada quiere saber de nosotros. Mas, ¡oh sorpresa!, éste, por el contrario, nos recibe cordialmente, esbozando una sonrisa y palmeándonos el hombro. Parece que le hemos interesado o, en todo caso, que no le hemos sido in- diferentes. ¡Qué bien! Este hombre ha re- conocido nuestra dignidad y por eso nos sentimos con él profundamente agrade- cidos. ¿Cómo es que hasta nos ha pregun- tado cómo nos llamamos, en qué trabajamos y qué clase de comida preferimos?
-Así que Juan –dice repitiendo el nom- bre que acabamos de decirle-. Muchos grandes hombres se llamaron como usted. Imagino que estará usted orgulloso del nombre que lleva. Juan significa “Dios sal- va”. ¿Lo sabía?
En realidad, ya lo sabíamos, pero no importa. Nos gusta que este personaje nos haga plática y nos arrulle con la suave mú- sica de su voz. ¿Qué importa si lo que nos dice son ya cosas sabidas por repetidas?
Pero supongamos, señor, que el tiempo pasa y que, llegado el momento, debemos emitir en público un juicio acerca de estos dos hombres tan distintos. ¿Qué diremos entonces? Del primero nada bueno, y hasta es posible que nos mostremos hostiles con respecto a él diciendo que no nos
EV
oy a revelarle un secreto, señor. ¡Oh, por favor, no ponga usted esa cara de misterio! En realidad, tal vez
ni siquiera se trate de un secreto, sino de una de esas cosas que la humanidad co- noce y practica desde tiempos inmemo- riales. Esto que voy a decirle tal vez lo hayan descubierto otros antes que yo, y quizá hasta se encuentre ya debidamente consignado en algún libro de sociología o de otra ciencia por el estilo. En todo caso, juro a usted que no lo he leído en ninguna parte y que se trata, por decirlo así, de un descubrimiento que he hecho por mí mis- mo y sin la ayuda de nadie.
He aquí brevemente enunciado el prin- cipio del que hablo: “Entre dos personas socialmente importantes, juzgamos más importante al que nos trata mejor”. Perdone que haya recurrido al uso de las comillas, pero de alguna manera tenía que enfatizar la novedad de mi descubrimiento.
Y ahora, si me lo permite usted, vaya- mos al terreno práctico, es decir, a los he- chos y a los ejemplos. Supongamos que los señores M. y N. son igualmente impor- tantes y que ambos poseen, por alguna razón, idénticos cargos. Supongamos que los dos son, por ejemplo, obispos de la Iglesia o senadores de la República.
Pero, ¿me sigue usted, señor? Supon- gamos, pues, que se trata de dos obispos. Uno de ellos, el primero, nos dispensa un trato glacial, distante y hasta cierto punto indiferente; para decirlo ya, apenas nos saluda, y cuando le preguntamos algo a duras penas nos responde. Ahora bien, si este fuera el caso, ¿qué sentiríamos al ver- nos tratados de ese modo? Experimenta- ríamos, o dígame usted si no, una cierta desazón, y hasta es probable que nos arre- pintiéramos por haber tenido la osadía de
        14 3 de octubre de 2021 desdelafemx desdelafe.oficial desdelafe DesdelaFeOficial www.desdelafe.mx






































































   12   13   14   15   16