Page 26 - Impreso
P. 26

 domingo 12 de septiembre de 2021
L’OSSERVATORE ROMANO
página 7
 Esa cultura del descarte nos ha signado. Y sig- na a los jóvenes y a los viejos. Influye mucho sobre uno de los dramas de la cultura actual europea. En Italia la edad media es 47 años. En España creo que es mayor. O sea, la pirá- mide se ha invertido. Es el invierno demográ- fico en el nacimiento, en el que haya más casos de aborto. La cultura demográfica está en pérdida porque se mira el provecho. Se mira al de adelante... ¡y a veces usando la compa- sión!: “que no sufra en el caso de...” La Iglesia lo que pide es ayudar a morir con dignidad. Eso siempre lo ha hecho.
Y respecto al caso del aborto, a mí no me gus- ta entrar en discusiones que si hasta aquí se puede, que hasta allí no se puede, pero digo esto: cualquier manual de embriología de los que le dan a un estudiante de Medicina en la Facultad dice que a la tercera semana de la concepción, a veces antes de que la madre se dé cuenta [de que está embarazada], ya están perfilados todos los órganos en el embrión, incluso el ADN. Es una vida. Una vida huma- na. Algunos dicen: “No es persona”. ¡Es una vida humana! Entonces, delante de una vida humana yo me hago dos preguntas: ¿Es lícito eliminar una vida humana para resolver un problema?, ¿es justo eliminar una vida huma- na para resolver un problema? Segunda pre- gunta: ¿Es justo alquilar un sicario para resol- ver un problema? Y con estas dos preguntas que se resuelvan los casos de eliminación de gente --por un lado o por el otro-- porque son un peso para la sociedad.
Yo quisiera recordar algo que en casa nos con- taban. Que una familia muy buena con varios hijos y el abuelo vivía con ellos, pero el abuelo se va poniendo viejo y en la mesa comenzaba a babearse. Entonces, el papá no podía invitar gente por vergüenza de su padre. Entonces se le ocurrió poner una linda mesa en la cocina y explicó a la familia que desde el día siguiente el abuelo iba a comer en la cocina y así podían invitar gente. Y así fue. A la semana, llega a casa y encuentra a su hijito de 8 años, 9 años, uno de los hijos, jugando con maderas, cla- vos, martillos, y le dice: “¿Qué estás hacien- do?” “Estoy haciendo una mesita, papá”. “¿Para qué?” “Para vos, para cuando seas vie- jo”. O sea, lo que se siembra con el descarte, se va a recibir después.
[...]
Bueno, España vivió un proceso de reconciliación muy intenso y admirable en el mundo entero en la década de los setenta del siglo pasado. El problema es que el revi- sionismo histórico haya pretendido inutilizar aquella re-
conciliación admirable en el mundo que fue la Transición española, que yo me imagino que ustedes la conocieron en Argentina y no será extraña para el Papa. El naciona- lismo, el soberanismo ha sembrado Europa de muertos y de inmigrantes. Y eso me lleva a preguntarle: ante la in- migración provocada por diversos fenómenos en el que estamos ahora mismo inmersos, ¿qué postura tomamos? ¿Qué pasa cuando el número de los que piden acogida supera las posibilidades de acogida de un país? ¿No debe haber fronteras? ¿Todos en cualquier parte, donde que- ramos y como queramos? ¿Los estados tienen derecho a poner sus rígidas normas o menos rígidas?
Mi respuesta sería esto: primero, delante a los migrantes cuatro actitudes: acoger, proteger, promover e integrar. Voy a la última: si uno acoge y los deja ahí sueltos en casa y no los in- tegra son un peligro, porque se sienten extra- ños. Piense usted en la tragedia de Zaventem. Quienes hicieron ese acto de terrorismo eran belgas, eran hijos de inmigrantes no integra- dos, guetizados. Yo tengo que lograr que el migrante se integre y para esto este paso de, no solo acogerlos, sino protegerlos y promo- verlos, educarlos, etcétera. Segundo (más ha- cia su pregunta): los países tienen que ser muy honestos consigo mismos y ver cuántos pue- den aceptar y hasta qué número, y ahí es im- portante el diálogo entre las naciones. Hoy día, el problema migratorio no lo resuelve un país solo y es importante dialogar, y ver “yo puedo hasta aquí...”, “me da el cuero”, o no; “hasta aquí las estructuras de integración va- len, no valen”, etcétera. Estoy pensando en un país que a los pocos días de llegar un migrante ya recibía un sueldo para ir a la escuela a aprender la lengua, y después se le conseguía trabajo y se le iba integrando. Esto fue duran- te la época de la integración de la inmigración por las dictaduras militares de Sudamérica: Argentina, Chile, Uruguay. Estoy hablando de Suecia. Suecia fue un ejemplo en estos cua- tro pasos de acoger, proteger, promover e inte- grar.
Y después también hay una realidad ante los migrantes, ya me referí a ella, pero la repito: la realidad del invierno demográfico. Italia tiene pueblos casi vacíos.
Y España también
“No, nosotros nos preparamos” ¿Qué espe- rás, quedarte sin nadie? Es una realidad. O sea, la migración es una ayuda en la medida en la que se cumplan nuestros pasos de inte- gración. Esa es mi postura. Pero eso sí, un país tiene que ser muy honesto y decir: “hasta aquí puedo”.
[...]
¿Hay algo por lo que Papa haya llorado en el último año, aparte de la pandemia, o el Papa no es de lágrima fácil?
Yo no soy de lágrima fácil, pero de vez en cuando me viene esa tristeza frente a algunas cosas, que yo tengo mucho cuidado de no confundirla con una melancolía a lo Paul Ver- laine: aquel “Les sanglots longs, de l’autom- ne, blessent mon coeur”. No, no. No quiero que se confunda con eso. A momentos, vien- do ciertas cosas, me tocan el corazón y... y eso me sucede a veces.
Se le ha calificado como “el Papa pop” o “el Papa Super- man”, que sé que no le gusta además. ¿Quién es en rea- lidad Francisco, cómo le gustaría que le recordaran? Como lo que soy: un pecador que trata de ha- cer el bien.
Bueno, somos dos pecadores en esta mesa entonces...
Somos dos.
Pero usted tiene más mano allí arriba. [Ríe] Siempre me ha llamado la atención su relación con el escritor Jorge Luis Borges. ¿Por qué le hacía tanto caso a ese jo- ven jesuita?
Yo no sé por qué. Yo me acerqué a él porque era muy amigo de su secretaria. Y después una simpatía... Yo no era cura cuando lo co- nocí. Tendría 25 o 26 años cuando le conocí, y enseñaba en Santa Fe como jesuita, en esos tres años que enseñamos en colegio los jesui- tas, y le invité a venir a hablar a mis alumnos de Literatura. Y vino, y tuvo su curso... Yo no sé por qué. Pero era un hombre muy bueno. Muy bueno.
Le hemos oído mucho hablar de su abuela paterna, de la abuela Rosa, pero le hemos escuchado menos hablar de su madre, o quizás directamente no le hemos escucha- do...
Ahí lo que sucede son dos factores. Somos cinco hermanos muy abueleros todos. Dios nos ha conservado los abuelos hasta grandes. El primer abuelo, el más lejos de todos, yo lo perdí cuando tenía 16 años y la última abuela cuando yo era provincial de los jesuitas. O sea que los abuelos nos acompañaron. En casa había además una costumbre, las vacaciones las pasábamos los cuatro mayores, porque la menor vino seis años después, las vacaciones las pasábamos con los abuelos, así papá y ma- má descansaban un poco. Era divertido. Hay mucho de esa cosa abuelera. De la abuela Ro- sa lo que yo cuento son las mismas anécdotas
 SIGUE EN LA PÁGINA 8











































































   23   24   25   26   27