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 página 2 L’OSSERVATORE ROMANO domingo 15 de agosto de 2021
 El Papa pide a jóvenes y ancianos que sueñen juntos para construir el futuro
Ver, compartir, custodiar: por una alianza entre generaciones
 Ver, compartir, custodiar: los tres verbos que resumen el famosísimo episodio evangélico de la multiplicación de los panes y los peces han inspirado la reflexión del Papa Francisco, que, con motivo de la primera Jornada Mun- dial de los Abuelos y los Mayores, ha relanzado el sueño de una nueva alianza entre las generaciones que se espe- ra desde el inicio de su pontificado. Su homilía fue leída por el arzobispo Fisichella, que presidió la misa en la ba- sílica vaticana en esta ocasión, en representación del Pontífice. “Aprendamos a parar, a reconocerlos, a escu- charlos”, fue el llamamiento del obispo de Roma. “No los descartemos nunca. Custodiémoslos con amor. Y apren- damos a compartir el tiempo con ellos. Saldremos mejo- res”.
“Hermanos y hermanas, queridísimos abuelos y abuelas, esperabais con razón al Papa Francisco. El Papa les sa- ludará al final, celebrando el Ángelus. Sabéis que son días de convalecencia para él, y esperamos que no se can- se más, para que pueda pasar estos últimos días en repo- so para recuperar plenamente sus fuerzas y su ministerio pastoral”. Con estas palabras, el arzobispo Rino Fisiche- lla, presidente del Consejo Pontificio para la Promoción de la Nueva Evangelización, introdujo la misa -presidi- da el domingo 25 de julio por la mañana en la basílica vaticana en nombre del Santo Padre- con motivo de la primera Jornada Mundial de los Abuelos y los Mayores. Publicamos, a continuación la homilía preparada por el Pontífice para esta ocasión y pronunciada por el propio prelado tras la proclamación del Evangelio.
Hermanos y hermanas, tengo el placer y el ho- nor de leer la homilía que el Papa Francisco ha preparado para esta ocasión.
Mientras estaba sentado enseñando, «al le- vantar la vista, Jesús vio que una gran multi- tud acudía a él, y le preguntó a Felipe: “¿Dón- de compraremos pan para que coma esta gen- te?”» (Jn 6,5). Jesús no se limita a enseñar, si- no que se deja interrogar por el hambre que anida en la vida de la gente. Y, de ese modo, da de comer a la multitud distribuyendo los cinco panes de cebada y los dos pescados que un muchacho le ofreció. Al final, como sobra-
ANDREA MONDA director
Silvina Pérez Jefe de la edición
Lorena Pacho Redactora en lengua española
Arturo López Responsable gráfico de la edición española
ron bastantes pedazos de pan, les dijo a los su- yos que los recogieran, «para que no se pierda nada» (v. 12).
En esta Jornada, dedicada a los abuelos y a los mayores, quisiera detenerme precisamente en estos tres momentos: Jesús que ve el hambre de la multitud; Jesús que comparte el pan; Je- sús que ordena recoger los pedazos sobrantes. Tres momentos que se pueden resumir en tres verbos: ver, compartir, custodiar.
El primero, ver. El Evangelista Juan, al princi- pio de la narración, señala este particular: Je- sús levanta los ojos y ve a la multitud ham- brienta después de haber caminado mucho para encontrarlo. Así inicia el milagro, con la mirada de Jesús, que no es indiferente ni está atareado, sino que advierte los espasmos del hambre que atormentan a la humanidad can- sada. Él se preocupa por nosotros, nos cuida, quiere saciar nuestra hambre de vida, de amor y de felicidad. En los ojos de Jesús descubri- mos la mirada de Dios: una mirada que es atenta, que escudriña los anhelos que lleva- mos en el corazón, que ve la fatiga, el cansan- cio y la esperanza con las que vamos adelante. Una mirada que sabe captar la necesidad de cada uno. A los ojos de Dios no existe la mul- titud anónima, sino cada persona con su ham- bre. Jesús tiene una mirada contemplativa, es decir, capaz de detenerse ante la vida del otro
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y descifrarla.
Esta es también la mirada con la que los abuelos y los mayores han visto nuestra vida. Es el modo en el que ellos, desde nuestra infan- cia, se han hecho cargo de nosotros. Habiendo teni- do una vida muy sacrifica- da, no nos han tratado con indiferencia ni se han de- sentendido de nosotros, si- no que han tenido ojos atentos, llenos de ternura.
Cuando estábamos creciendo y nos sentíamos incomprendidos o asustados por los desafíos de la vida, se fijaron en nosotros, en lo que es- taba cambiando en nuestro corazón, en nues- tras lágrimas escondidas y en los sueños que llevábamos dentro. Todos hemos pasado por las rodillas de los abuelos, que nos han lleva- do en brazos. Y es gracias también a este amor que nos hemos convertido en adultos.
Y nosotros, ¿qué mirada tenemos hacia los abuelos y los mayores? ¿Cuándo fue la última vez que hicimos compañía o llamamos por te- léfono a un anciano para manifestarle nuestra cercanía y dejarnos bendecir por sus pala- bras? Sufro cuando veo una sociedad que co- rre, atareada, indiferente, afanada en tantas cosas e incapaz de detenerse para dirigir una mirada, un saludo, una caricia. Tengo miedo de una sociedad en la que todos somos una multitud anónima e incapaces de levantar la mirada y reconocernos. Los abuelos, que han alimentado nuestra vida, hoy tienen hambre de nosotros, de nuestra atención, de nuestra ternura, de sentirnos cerca. Alcemos la mirada hacia ellos, como Jesús hace con nosotros.
El segundo verbo: compartir. Después de ha- ber visto el hambre de aquellas personas, Je- sús desea saciarlas. Y lo hace gracias al don de un muchacho joven, que ofrece sus cinco pa- nes y los dos peces. Es muy hermoso que un
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