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 domingo 25 de julio de 2021
L’OSSERVATORE ROMANO
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  tencia han ofrecido el ambiente amiga- ble dejando tras de sí el aroma sanador del cuidado y la ternura. Frente a esta posibilidad de vivir en un mundo post- pandemia o “normal», tenemos una gran oportunidad confrontado a un enorme riesgo. Los valores que hemos encontrado en estos tiempos como el de la salud pública, el sentido profundo de la solidaridad, la necesidad de una cul- tura del cuidado, y la interconectividad de todos los seres humanos deben signi- ficar el componente vector de un antído- to sanador planetario. Necesitamos co- mo humanidad que ese óleo sanador tenga los efectos de una vacuna que ge- nere los anticuerpos para sanarnos del individualismo, la indiferencia, el egoís- mo y la cultura del desencuentro. Ante esto tenemos enormes riesgos: Que la “nueva normalidad» que se avecina nos tiente a creernos inmunizados de nues- tras falencias, nos haga asintomáticos ante el dolor del otro, inhospitalarios de ternura o inodoros del perfume de la cercanía. Porque el mundo sigue enfer- mo, no solo de pandemia, sino de po- breza, exclusión, desencuentros y violen- cia.
¡Necesitamos la nueva normalidad de “nuevos caminos de reencuentro»! Pala- bras éstas extraídas del título del sépti- mo Capítulo de Fratelli tutti, que comien- za exhortando con estas palabras: «En muchos lugares del mundo hacen falta caminos de paz que lleven a cicatrizar las heridas, se necesitan artesanos de paz dispuestos a generar procesos de sana- ción y de reencuentro con ingenio y au- dacia» (FT #225).
Algunos elementos del texto bíblico ci- tado por el Papa Francisco en aquel Án- gelus nos llevan a una escena muy im- portante del Evangelio y que contiene algunos elementos similares. Se trata de la iniciativa de mujer que derramó el perfume sobre Jesús en la casa de Simón (Mt 26,6-13). El lugar del encuentro se da en Betania, probablemente en la casa de Simón, María y Marta. Se trataba de un alojamiento amigable para Jesús, un lugar confiable y acogedor en medio de una ciudad y un ambiente que le eran hostiles. Ese espacio de armoniosa fra- ternidad alrededor de Jesús, a la que él
mismo llevaba a sus dis- cípulos cercanos, fue un adelanto simbólico de una fraternidad amigable y sanadora. ¡Cuánto ne- cesitamos buscar, cons- truir, descubrir y ampliar como hermanos una co- munidad de fraternidad que nos sane desde la hospitalidad y la ternu- ra!
Una hospitalidad que nos sirva de hospital de campaña donde recibir el óleo fresco de la medici- nadelamoryaolerel perfume de la amistad humana. Por ello, la mu- jer –seguramente María, hermana de Marta– no duda en vaciar sobre la cabeza de Jesús un valio- so perfume.
Los discípulos objeta-
ron ese acto de desapego
con argumentos ciertos
de pobreza actual pero
desacertados en la com-
prensión de los tiempos
y los espacios. Jesús les
recuerda que luego de
ese acto, al que califica
como una hermosa obra
que será recordada en
cualquier parte del mun-
do donde se predique este Evangelio, el mundo seguirá girando igual de injusto. A ese apacible ambiente donde recibían todas las medicinas de la amistad frater- nal, les esperaba una nueva normalidad repleta de, pobreza, conflicto, injusticia y enfermedad. «A los pobres siempre los tendrán con ustedes» (Mt 26,11), sigue sonando como una advertencia hoy, para no caer en el microclima autoinmune y antisocial. Resulta aleccionador pensar en que luego de la escena y el acto na- rrado, solamente dos personas tenían en su cuerpo el olor al perfume del amor, del óleo de la reconciliación y de la va- cuna de la sanación de un mundo su- friente: Jesús y la mujer.
En ella probablemente tengamos hoy el símbolo de lo que necesitamos ser:
una nueva humanidad donde la norma- lidad sea llevar con nosotros el óleo del Espíritu de la ternura, el perfume del Cristo de la paz y la hospitalidad de un Padre misericordioso que nos cobija co- mo fraternidad sanadora.
Roguemos por todo esto en las palabras del Papa Francisco en la encíclica Fratelli tutti: «Pido a Dios que prepare nuestros corazones al encuentro con los herma- nos más allá de las diferencias de ideas, lengua, cultura, religión; que unja todo nuestro ser con el aceite de la misericor- dia que cura las heridas de los errores, de las incomprensiones, de las contro- versias; la gracia de enviarnos, con hu- mildad y mansedumbre, a los caminos, arriesgados pero fecundos, de la búsque- da de la paz» (FT #254)











































































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