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  LA VOZ DEL OBISPO
Por Mons. Luis Manuel Pérez Raygoza
   Arzobispo de la Arquidiócesis Primada de México
No puede haber paz social sin corazones buenos y nobles.
EL CUIDADO DEL CORAZÓN COMO CAMINO HACIA LA PAZ SOCIAL
C on tristeza y perplejidad vivimos el crecimiento ex- ponencial de la violencia, el enfrentamiento y distin- tas manifestaciones de odio y de rencor: violencia intrafamiliar, feminicidios, discri- minación, corrupción, homicidios, crimen organizado, trata de personas y un largo
etcétera.
Seguramente todos nos preguntamos
qué hacer y cómo contribuir para poner un freno a hechos tan lamentables. Sin duda, en el ámbito social, son muchas las tareas al respecto, y a cada uno nos corresponde asumir las propias.
Sin embargo, la raíz más profunda de los males enunciados está en el corazón humano, y por lo tanto, un ámbito esen- cial para su solución es, justamente, el trabajo sobre el propio corazón.
“Por encima de todo, vigila tu corazón, porque de él brota la vida” (Prov 4,23) di- ce la Sagrada Escritura.
La Biblia no entiende el corazón úni- camente como el órgano físico, ni tam- poco lo vincula prioritariamente con los sentimientos y emociones, sino que lo identifica con la interioridad más profun- da de la persona y como la sede de los pensamientos, las convicciones, los de- seos, y sobre todo, de las decisiones.
En este sentido, es comprensible que la paz social se fragua en cada corazón, depende de las actitudes y disposiciones que van cultivándose en lo profundo del corazón de cada persona.
En consecuencia, la transformación de las familias y de la sociedad, tiene como condición irrenunciable un arduo
proceso interior de trabajo humano, moral y espiritual sobre el corazón de las personas, siendo la familia, el ámbito privilegiado para ese trabajo interior.
Para ser promotores y protagonistas de la paz social y de la reconciliación, es necesario primero contar con un cora- zón sano, unificado, libre, reconciliado y en paz.
Para ello es preciso dejarse tocar y transformar por Dios, por su amor, por su palabra y por su Espíritu. Solamente Dios puede darnos un
corazón integrado, maduro y libre, re- conciliado consigo mismo y con los de- más; un corazón libre para amar y para dejarse amar; un corazón que asume maduramente su propia historia y es capaz de trascender sus fronteras, de superar sus miedos, sus egoísmos y complejos, para comprometerse con la vida y el bien de los demás.
No puede haber paz social sin corazo- nes buenos y nobles.
Sería muy difícil que un corazón con- fundido, en guerra consigo mismo y con los demás; un corazón dividido, esclavi- zado, atormentado, enfermo o egoísta contribuya a la paz de su familia y de su entorno social.
Por lo tanto, toda pretendida paz so- cial será efímera e inconsistente sin la formación y el acompañamiento de las raíces (el corazón de las personas) en el ámbito familiar y social, y sin políticas y proyectos educativos que se enfoquen al acompañamiento integral de todas las personas, en particular de los niños, adolescentes y jóvenes.
El corazón se cuida con el amor, pues
la agresividad y la violencia son, en el fondo, heridas en el amor. Como discí- pulos de Cristo es mucho lo que pode- mos y debemos aportar al respecto: la educación familiar, la incidencia en los proyectos educativos y en las políticas escolares, la sensibilización social, la ayuda solidaria a los más necesitados a través de diversos voluntariados, el compromiso con los derechos huma- nos, y sin duda, el fortalecimiento en la vivencia de la fe y la participación activa en la evangelización.
  2 4 de julio de 2021 desdelafemx desdelafe.oficial desdelafe DesdelaFeOficial www.desdelafe.mx











































































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