Papa Francisco agradece a sacerdotes sus lágrimas de dolor, que son como “aguas santas”

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Homilía en la Jornada Mundial de Oración por las Vocaciones

12 mayo, 2019
Homilía en la Jornada Mundial de Oración por las Vocaciones
Homilía por las vocaciones. Foto: María Langarica.
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“El cordero que está en el trono será su pastor, y los conducirá a las fuentes del agua de la vida y Dios enjugará de sus ojos toda lágrima” (Apocalipsis 7, 15-17).

Así termina el texto de la segunda lectura que acabamos de escuchar del libro del Apocalipsis y en el Evangelio se nos indica que ese cordero-pastor es Jesús. “Yo soy el Buen Pastor” (Jn. 10, 14).

Es interesante descubrir por qué a Jesús se le llama cordero, que es el que da la vida, y pastor. Son dos figuras distintas, el pastor es el que cuida el rebaño, que lo acompaña, que lo defiende, lo protege, que los cura, que les va guiando, les va dando el camino, los lleva a buenos pastos. Ese es el pastor habitualmente, pero el cordero es un miembro del rebaño, es una figura distinta, es aquel que va atravesando por las mismas dificultades y también por las mismas alegrías que va viviendo el rebaño.

Por eso es interesante distinguir la figura del pastor de la del cordero y al identificarlas en una misma persona, que es Jesús, podemos entenderlas mejor. Jesús es el pastor porque él es el maestro que ha visto al Padre y el único que lo puede revelar, por eso es el maestro. No nos transmite fundamentalmente mucha doctrina, no es un perito en una especialidad concreta, lo conoce todo, porque ha visto al Padre.

Jesús es el pastor, maestro, porque ha asumido la misión del Padre de venir a ser cordero, y en ese trance de ser cordero, de atravesar por la vida ha sido acompañado por el Espíritu Santo, ha sido conducido por el Espíritu del Señor, como cordero, y esa es la vocación de todos nosotros, ser corderos, teniendo siempre nuestros oídos abiertos a la voz de nuestro pastor.

Jesús atravesó por todas la dificultades de la vida, como también lo vemos en la primera lectura a sus primeros discípulos, van predican, enseñan y testimonian en qué consiste ser cordero, discípulo de Jesús y generan conflicto porque ya están instaladas muchas personas en sus propias interpretaciones de la vida, y no resisten que se les cambie su forma de vida, y se molestan porque ven que los discípulos de Jesús empiezan a tener éxito y a ser seguidos, así lo narra la primera lectura de hoy.

Seguir a Jesús pastor y cordero es nuestra vocación, esa es la vocación que hoy la Iglesia está tratando de renovar en la conciencia de todos los fieles, ser discípulos de Jesucristo, miembros de la comunidad de los discípulos, porque somos corderos y nos necesitamos unos a otros para formar el pueblo de Dios, es decir, para formar el rebaño.

Un cordero, una oveja no pueden dispersarse y andar solos porque no saben, no podrán salir adelante, serán atacados por el lobo y eso lo vemos hoy en este mundo donde el individualismo está enraizándose cada más fuerte en la sociedad. El individualismo, el aislamiento, el pretender que cada quien haga de su vida lo que quiera sin entenderse de los demás.

El tener una libertad que no va unida con la decisión de un compromiso, es decir, de una vocación no encontrará la vida verdadera,, como hoy afirma el Papa Francisco en el mensaje de esta Jornada Mundial de oración por las Vocaciones. Hoy se le tiene miedo a un compromiso y a una responsabilidad definitivas, cuando es precisamente el camino de desarrollar la plenitud del ser humano.

Estamos aquí para orar y estamos aquí para tomar conciencia de que nuestra vocación es una vocación de respuesta personal, pero la respuesta nos compromete a la vida comunitaria. Nosotros somos corderos, somos ovejas y solamente en vida comunitaria, en rebaño, podemos salir adelante.

En esta asamblea pasada del Episcopado, hace una semana, poco más, reflexionábamos cuál era uno de los factores con los cuales se daban estos casos tan dolorosos de las defecciones sacerdotales, y coincidíamos los obispos que uno de los factores fundamentales es el aislamiento.



Y aunque seamos discípulos- corderos llamados a ser pastores, no podemos hacerlo solos. Sólo Jesús, porque era quien conocía al Padre, y era acompañado por el Espíritu Santo, puede ser el pastor-cordero, como dice el texto del Apocalipsis, que está en el trono y los conducirá a las fuentes de la vida y Dios enjugará de sus ojos toda lágrima.

Si entendemos esta reflexión podemos entender el porqué decidí juntar la Pastoral Juvenil Vocacional, como lo reflexionábamos en el Sínodo de los Jóvenes, en Roma, en octubre pasado. Y no solamente consiste en reunir los esfuerzos juveniles con los vocacionales, porque no tiene otra razón de ser una pastoral juvenil, sino ayudarle a ese corderito que es el joven, a esa ovejita que es la mujer, ayudarles a que descubran la enorme riqueza que lleva a la plenitud de la vida cuando se descubre la vocación.

Y por eso la Pastoral Juvenil Vocacional tiene que ser abierta, es decir, no la podemos hacer sectorialmente, por eso estamos aquí, me alegra muchísimo ver a las distintas congregaciones religiosas de varones y mujeres, junto con el equipo arquidiocesano de México.

Pero necesitamos además una actitud en todos nosotros, que superemos la tentación de la pesca propia por la pesca de la Iglesia. ¿Qué quiero decir?, que no consideremos que este jovencito, aquella jovencita, porque inició un proceso vocacional “con nosotros”, ya pensemos que es para nosotros.

Igual con las vocaciones sacerdotales. Los jóvenes porque iniciaron un proceso con la diócesis, si descubren que su carisma o el carisma de una congregación es lo que les llena y satisfacerá sus inquietudes, no los podemos retener para ser diocesanos, y viceversa. Nos equivocamos si pretendemos que la pesca sea con los que nosotros hemos acercado al acompañamiento vocacional.

No solamente nos tenemos que unir en la oración, sino también en la acción, tenemos que dar la libertad plena al joven, porque el Señor es el que llama, no nosotros. El joven, a la joven debe decidir con plena libertad -conociendo los distintos carismas presentes en la Iglesia-, así florecerán las vocaciones, así creceremos todos.

Y no tengamos miedo, habrá para todos, pero necesitamos esa cualidad de mirar por un solo rebaño y un solo pastor, y con esas palabras que son formidables, que dice el Apocalipsis: “ya no sufrirán hambre” (Apocalipsis 7, 16). Tenemos hambre de vocaciones en la Iglesia, pero quizá Dios nos está mandando ese mensaje, no aisladamente y vendrán, “ya no sufrirán hambre”, dice, “no los quemará el sol, ni los agobiará el calor, porque el cordero que está en el trono será su pastor y los conducirá a las fuentes del agua de la vida y Dios enjugará de sus ojos toda lágrima” (Apocalipsis 7, 15-17).

Que así sea.

+Carlos Cardenal Aguiar Retes
Arzobispo Primado de México

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