Después de haber celebrado el domingo pasado la fiesta de Pentecostés. Asistimos a varias celebraciones relacionadas con nuestra fe católica. La solemnidad de la Santísima Trinidad, la fiesta de Jesucristo sumo y eterno sacerdote, la fiesta del Cuerpo y la Sangre de Cristo, la del sagrado Corazón de Jesús.
Estas celebraciones de alguna manera se nos presentan como el cumplimiento de aquello que Jesús dijera a sus discípulos en el pasaje que leemos hoy: “el Espíritu de la verdad, los guiará a la verdad completa”. Uno de los esfuerzos más importantes que realizó la comunidad cristiana para poder expresar la revelación recibida de Nuestro Señor Jesucristo, fue el misterio de la fe en un solo Dios que es Padre, Hijo y Espíritu Santo.
Específicamente en el texto que leemos hoy Jesús tiene como sustento de los conceptos que trasmitía a los suyos lo siguiente: el origen del mensaje es el Padre, el portador es el Hijo, pero es necesaria la asistencia del Espíritu Santo que está por venir para que los discípulos estén en capacidad de comprensión de aquello que el Hijo reveló. “Todo lo que tiene el Padre es mío” dice el Hijo, y el Espíritu toma de lo del Hijo para comunicarlo a la comunidad de los creyentes.
Podemos afirmar que esta es una presentación dinámica de la profunda unidad entre el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo y es solamente un pequeño ejemplo de las muchas expresiones dentro del evangelio de San Juan. Pero la formulación de “un solo Dios en tres personas” debió esperar a varios siglos de maduración en la comunidad cristiana.
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