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Homilía del Arzobispo Aguiar en el Domingo XIII del Tiempo Ordinario

28 junio, 2020
Homilía del Arzobispo Aguiar en el Domingo XIII del Tiempo Ordinario
El Arzobispo Carlos Aguiar en la Basílica de Guadalupe. Foto: INBG/Cortesía.
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“El que ama a su padre o a su madre más que a mí, no es digno de mí; el que ama a su hijo o a su hija más que a mí, no es digno de mí; y el que no toma su cruz y me sigue, no es digno de mí” (Mt. 10, 37-38).

Al escuchar estas palabras de Jesús, sin duda quedamos sorprendidos y hasta desconcertados. ¿Cómo pide Jesús que lo más preciado, por instinto natural y por designio de Dios Creador, como es el amor a los padres y a los hijos, el amor a la familia de sangre, lo dejemos de lado y demos prioridad a seguirlo? Ciertamente no nos pide que dejemos de amarlos, pero sí que debe ser Él y sus enseñanzas nuestro criterio en la toma de decisiones, en nuestra conducta, y en nuestra vida.

La respuesta es muy sencilla, hemos recibido la vida para realizar la voluntad de Dios Padre, y para descubrir esta voluntad ha quedado señalado el camino, en la vida y en las enseñanzas de Jesús, que están en la Sagrada Escritura. Pero mi vida y mis circunstancias, mi época y mis contextos históricos y culturales son tan distintos a los tiempos en que vivió Jesús, ¿cómo podré escuchar y entender a Jesús?

Ciertamente, el seguimiento como buen discípulo de Jesucristo no consiste en repetir su modo de comer, vestir, viajar, e incluso rezar. Consiste en ser oyente de la Palabra de Dios que es Jesucristo encarnado, y que escuchándolo yo descubra, lo que Dios Padre quiere de mí. Al conocer su voluntad debo aceptarla y cumplirla en todas las circunstancias, independientemente de las consecuencias, que serán unas satisfactorias y otras dolorosas, e incluso injustas. Este aprendizaje de priorizar la voluntad del Padre, implica percibir y confiar en el amor que Dios me tiene, en su presencia constante mediante el Espíritu Santo, que me fortalece ante las circunstancias adversas, incluida la misma muerte.

Jesús, inmediatamente después de pedir seguirlo, afirma: El que salve su vida la perderá y el que la pierda por mí, la salvará. Es decir, quien pretenda poner de manera prioritaria sus intereses, por encima de la voluntad de Dios Padre, perderá su vida; en cambio, quien proceda como él, buscando siempre llevar a cabo la voluntad del Padre, la salvará; porque Jesús es el camino, la verdad y la vida.

Ésta es la afirmación contundente de san Pablo en la segunda lectura. “Hermanos: todos los que hemos sido incorporados a Cristo Jesús por medio del Bautismo, hemos sido incorporados a su muerte… para que, así como Cristo resucitó de entre los muertos por la gloria del Padre, así también nosotros llevemos una vida nueva… Por lo tanto, si hemos muerto con Cristo, estamos seguros de que también viviremos con Él”.

Esta certeza de la resurrección y participación en la vida eterna, es la convicción que sostiene nuestra fe, y la razón para seguir a Jesús y su enseñanza, de priorizar la voluntad de Dios Padre, haciéndola el faro de luz para la toma de mis decisiones en todos los campos de la vida: personal, familiar, eclesial, laboral, profesional, social, o ejerciendo cualquier tipo de autoridad.

Una clave fundamental para aprender a priorizar la voluntad de Dios Padre, es sin duda, aprender a dejarse conducir, y caminar en el misterio de no saber el resultado de mis esfuerzos; y entonces, seré testigo de la acción de Dios en los demás. Como el profeta, que ejerciendo su misión, un matrimonio le ofrece comida y hospedaje, y Eliseo los bendice, y Dios les concede un hijo, que no habían podido engendrar.

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Debemos responder a la voz de Dios, que escuchamos en el texto sagrado, procurando el bien del prójimo, de mi comunidad, el bien de los demás. Así, podremos vivir la experiencia de ser conducidos por el Espíritu Santo, y entrar en el Misterio de Dios. ¿Qué significa entrar en el misterio de Dios?

Es el tránsito de la reflexión humana, que ante una injusticia no encuentra respuesta razonable, y ante el fracaso de un esfuerzo sobrehumano que no encuentra un argumento que explique lo sucedido, se encomienda a Dios mediante la oración, y Dios le regala una visión nueva, una comprensión de los hechos, que jamás imaginó, y que permite al orante, adentrarse en el modo como Dios mira y comprende las situaciones dramáticas y dolorosas, que vive el hombre y la humanidad. A esta experiencia la espiritualidad cristiana la ha llamado visión contemplativa.



Esta visión nueva me libera de la frecuente esclavitud de mi pasado que me reclama mis errores, me libera de la tensión constante ante los desafíos presentes, y me ofrece una manera siempre esperanzadora de avizorar el futuro; todo esto porque voy comprendiendo los proyectos de Dios para mí y para el mundo, voy experimentando una y otra vez, que no estoy solo, y voy descubriendo las inesperadas pruebas del amor de Dios.

Entrar en el misterio de Dios y vivir según la nueva visión que Dios me regala, se manifiesta en la constante disposición para asumir las responsabilidades en favor de mi prójimo, en favor de los más necesitados, en la generosidad de compartir los bienes recibidos de Dios, tanto materiales como espirituales, en la capacidad de brindar ayuda en el momento oportuno; pero sobretodo, en la sabiduría para dialogar y acompañar, para comprender y consolar, para transmitir paz y esperanza.

Algunos pensarán al escucharme que esto es para pocos, sin embargo, el plan de Dios, es que sea para todos sus hijos. Por ello, necesitamos dar a conocer a Jesús, y atestiguar con nuestra conducta, lo que creemos y vivimos. En esto consiste evangelizar, no es simplemente adoctrinar, sino enseñar a vivir, guiados por la luz de la fe, confiando en el Dios que me ama.

Aprendamos de María, que entró en el misterio de Dios, aceptó sus propuestas y asumió sus responsabilidades, con absoluta confianza en su amor. Pidámosle que nos cubra con maternal afecto, nos ayude a saber escuchar a su hijo Jesucristo, y nos acompañe a seguirlo.

Señora y Madre nuestra, María de Guadalupe, consuelo de los afligidos, abraza a todos tus hijos atribulados, ayúdanos a expresar nuestra solidaridad de forma creativa para hacer frente a las consecuencias de esta pandemia mundial, haznos valientes para acometer los cambios que se necesitan en busca del bien común.

Acrecienta en el mundo el sentido de pertenencia a una única y gran familia, tomando conciencia del vínculo que nos une a todos, para que, con un espíritu fraterno y solidario, salgamos en ayuda de las numerosas formas de pobreza y situaciones de miseria.

Anima la firmeza en la fe, la perseverancia en el servicio, y la constancia en la oración.

Nos encomendamos a Ti, que siempre has acompañado nuestro camino como signo de salvación y de esperanza. ¡Oh clemente, oh piadosa, oh dulce Virgen, María de Guadalupe! Amén.

 

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