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La Virgen de Guadalupe y san Juan Pablo II

26 mayo, 2020
La Virgen de Guadalupe y san Juan Pablo II
El Papa Juan Pablo II en la Basílica de Guadalupe
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San Juan Pablo II siempre fue un ferviente devoto de Santa María de Guadalupe, desde que llegó ante su portentosa Imagen el 27 de enero de 1979 cuando fue invitado a la III Conferencia del Episcopado de América Latina (CELAM) en Puebla. Él recordaba muy bien esa mañana y hablaba de la maravillosa maternidad que unía a los corazones del continente americano.

El 12 de diciembre de 1981, en la conmemoración de los 450 años de las Apariciones de Santa María de Guadalupe, Juan Pablo II presidió la Santa Misa en la Basílica de San Pedro y recordaba con emoción y vivamente ese momento, al que él fue como peregrino: “al Santuario del pueblo de México -decía- y de toda América Latina, en el que desde hace siglos se ha mostrado la maternidad de María”.

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Y claramente señaló que Santa María de Guadalupe no era solamente para el pueblo mexicano, sino que ese latido unía a todos en la misma fe mariana y eclesial. “son tantísimos los corazones que, desde todas las Naciones de América, de norte a sur, convergen en peregrinación devota hacia la Madre de Guadalupe. Muestra de ello es la significativa participación en este acto, al unísono con las gentes de sus respectivos pueblos, de los representantes de los países latinoamericanos y de la Península Ibérica, unidos por comunes lazos de cultura y devoción mariana”. (Homilía en la Basílica de San Pedro, 12 de diciembre de 1981).

San Juan Pablo II siempre mantuvo un amor tan grande a la Virgen de Guadalupe, pues él vivió la perfecta inculturación que Ella realiza en el corazón humano, Ella sabe tomar esas semillas del Verbo y llevarlas a la plenitud de su Hijo Amado; y esta certeza la participa a los pastores cuando en 1991, les dice: “estad seguros de que nunca os va a faltar el auxilio de Dios y la protección de su Santísima Madre, como un día, en la colina del Tepeyac le fue prometido al indio Juan Diego, un insigne hijo de vuestra misma sangre a quien tuve el gozo de exaltar al honor de los altares” (Santo Domingo el día 12 de octubre de 1992, V Centenario de la Evangelización de América).

Y en 1999, cuando Juan Pablo II puso en las manos benditas de la Virgen Santísima de Guadalupe el documento Ecclesia in America, refrendó este hecho histórico que trasciende tiempos y espacios: “La aparición de María al indio Juan Diego en la colina del Tepeyac, el año de 1531, tuvo una repercusión decisiva para la evangelización. Este influjo va más allá de los confines de la nación mexicana, alcanzando todo el Continente…” así confirmó la importancia esencial del Método Guadalupano como lo es la inculturación del Evangelio que Ella realiza de manera perfecta, dice: “Y América, que históricamente ha sido y es crisol de pueblos, ha reconocido ‘en el rostro mestizo de la Virgen del Tepeyac, […] en Santa María de Guadalupe, […] un gran ejemplo de evangelización perfectamente inculturada’. Por eso, no sólo en el Centro y en el Sur, sino también en el Norte del Continente, la Virgen de Guadalupe es venerada como Reina de toda América”.

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Así, Juan Pablo II la proclamó Patrona de todo el Continente Americano: “María Santísima de Guadalupe es invocada como ‘Patrona de toda América y Estrella de la primera y de la nueva evangelización’. En este sentido, acojo gozoso la propuesta de los Padres sinodales de que el 12 de diciembre se celebre en todo el Continente la fiesta de Nuestra Señora de Guadalupe, Madre y Evangelizadora de América.” (Ecclesia in America, N° 11).

Soy testigo del amor tan grande que san Juan Pablo II tuvo siempre a Santa María de Guadalupe, como cuando, a pesar de su edad y sus enfermedades, en 2002, él quiso venir al Tepeyac para canonizar a san Juan Diego, y así también poder contemplar y venerar la portentosa Imagen de su Madre, Santa María de Guadalupe.

Seguramente tendría en su mente y en su corazón aquellas palabras que pronunció desde el primer momento que se encontró con Ella, en aquel año de 1979: “Aquella peregrinación inspiró en cierto sentido todos los siguientes años del pontificado.” (JUAN PABLO II, ¡Levantáos! ¡Vamos!, Ed. Plaza Janés, México 2004, pp. 58-59).

Y así fue, él tuvo esta íntima experiencia maternal de la Madre de Dios, de la Madre de la Iglesia, que en el peregrinar de la vida nos lleva seguros y sin miedo, en el cruce de sus brazos, en el hueco de su manto ante el verdaderísimo Dios por quien se vive, quien lo tiene en la gloria de su Amor eterno.

*El padre Eduardo Chávez es director del Instituto Superior de Estudios Guadalupanos, canónigo de la Basílica de Guadalupe y postulador de la Causa de Canonización de San Juan Diego.

 

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