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Homilía del XV Domingo de Tiempo Ordinario

14 julio, 2019
Homilía del XV Domingo de Tiempo Ordinario
El Cardenal Carlos Aguiar Retes celebrando Misa en la Basílica de Guadalupe. Foto: Basílica de Guadalupe
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“Todos mis mandamientos están muy a tu alcance, en tu boca y en tu corazón, para que puedas cumplirlos” (Dt.30,14).

Las tres lecturas que hoy hemos escuchado, presentan el proyecto que Dios tiene para nosotros, pero además, presentan el auxilio concreto que nos ofrece Dios para llevar a cabo este proyecto; además podemos considerar la forma histórica como nos dio estos auxilios, y que ese proceso del proyecto de Dios es gradual y creciente.

Nosotros sabemos, por experiencia propia, que nadie puede alcanzar un objetivo de la noche a la mañana; lo pensamos, lo visualizamos, consideramos nuestros esfuerzos y nuestras posibilidades reales, y entonces, después de mucho pensar, iniciamos ese proceso, y si nos hemos marcado un itinerario, vamos dando los pasos para cumplirlo.

Dios ha hecho lo mismo con nosotros: no nos exige de la noche a la mañana que podamos cumplir su proyecto, y además debemos considerar que – así lo han confirmado muchos estudiosos del desarrollo humano de la persona– el ser humano nace con una tendencia al bien; está hecho para el bien, no está creado para el mal, pero ese ser humano dependerá de los contextos socio- culturales que vive, y es ahí donde puede torcer esa tendencia al bien y dejarla, y proceder haciendo el mal.

Por eso es interesante entender que Dios primero le dio a Moisés y a su pueblo los mandamientos. El texto del Deuteronomio narra en la Primera Lectura, que Moisés le dijo al pueblo: “Escucha la voz del Señor, tu Dios” (Dt. 30,14). Ese es el primer paso: escuchar la voz de Dios. Pero, ¿cómo podemos escuchar la voz de Dios?, lo que estamos haciendo en este momento, escuchar su Palabra, entenderla, procesarla y llevarla a nuestro corazón. Escuchar a Dios a través de los acontecimientos, de lo que va pasando en la vida, interpretarlos y ver qué es lo que Dios, conforme hemos aprendido en su Palabra, en la Sagrada Escritura, ¿qué debemos de hacer?, ¿cómo debemos de actuar?

Recordando que el ser humano, nace con la tendencia hacia el bien, necesita que en su contexto, el niño en su familia; el adolescente o joven en sus contextos de escuela, de sociedad; el mayor, también dependiendo de sus contextos y sus necesidades; nos necesitamos los unos a los otros para que siempre tengamos a mano quién nos ayude a discernir lo que será bueno, de lo que es malo.
Individualmente fracasaremos en ese discernimiento, porque necesitamos esa ayuda que nos damos unos a los otros; Dios nos ha creado, no para hacer una vida aislada, sino para crear la comunidad, la familia de Dios, somos su proyecto.

Este primer paso de dar a conocer los mandamientos, como dice el texto: están a tu alcance, los conoces. En efecto, desde niños conocimos los Diez Mandamientos de la Ley de Dios; los aprendimos en la Catequesis, están a tu alcance en tu boca y en tu corazón para que puedas cumplirlos. Sobre todo en la etapa de la infancia es fundamental que en cada familia se viva en ese ambiente de los mandamientos para que el niño tenga un contexto favorable hacia el bien, lo que le dio Dios en su naturaleza, lo mantenga.

Si la familia es violenta en su interior, a base de regaños, de malas palabras, de agresiones y castigos, ese niño no está teniendo un buen contexto social, y entonces empezarán a despertar en él la tendencia a la venganza, a hacerse justicia por su propia mano, etcétera.

Si logra en la infancia tener ese ambiente favorable, será mucho más fácil la adolescencia y la juventud, pero también ahí estará pendiente de ese contexto que viva: “Dime con quién andas y te diré quién eres”; los círculos con quienes nos rodeamos es fundamental en la vida.



El Evangelio da un paso más: no basta conocer y practicar los mandamientos de la Ley de Dios, eso es suficiente para un niño, pero no para un adulto; el adulto necesita esta expresión que hemos escuchado de Jesús al responder al doctor de la ley que se le acercó para preguntarle cuál es el principal mandamiento, y contestó bien el doctor, y Jesús también: “es amar a Dios sobre todas las cosas, y a mi prójimo como a mí mismo. Pero Jesús añade algo que es fundamental: le dice al doctor de la ley: “haz contestado bien, si haces eso, vivirás” (Lc. 10,27).

¿Qué quiere decir?, que no basta con conocer el mandamiento, y practicarlo; hay que vivirlo más allá de la letra, y por eso, como el doctor le pregunta a Jesús: “quién es mi prójimo” (Lc. 10,29), Jesús explica con una parábola cómo debemos amar al prójimo.

Ciertamente uno no puede resolver los problemas de todos los demás, es imposible, pero sí a quien tengo cerca, a quien me encuentro en el camino, a quien vive una necesidad, como éste que fue asaltado en el camino; con el ejemplo, nos hace ver que el ejercicio de la caridad, que el ejercicio de ayudar al otro a salir de un problema o de una situación difícil, ahí estoy practicando el amor al prójimo.

¿Por qué dice Jesús que éste es el principal mandamiento? Porque el proyecto de Dios es que compartamos la vida eterna con Él, en donde nos participará esa vida divina, y la naturaleza de esa vida divina es el amor. Si en esta vida no aprendemos a amar, ¿cómo vamos a participar del Cielo, de la casa del Padre, del ser familia? Esa es la importancia de amar. ¿Y cómo vamos a saber hasta dónde llega nuestro amor a los demás?

La Segunda Lectura del apóstol San Pablo a los Colosenses presenta por qué Jesús vino al mundo. Porque es la imagen de Dios invisible, porque es el primogénito que nos ayuda como hermano mayor a realizar esta experiencia de aprender desde esta vida terrena el ejercicio de amar; Él existe antes que todo, y todo tiene su consistencia en Él; ¿qué quiere decir esto?, que él es el modelo a seguir.

Por eso es tan importante para un cristiano leer los Evangelios, conocer a Jesús, cómo vivió, qué hizo, cuál era su actitud, cómo se comportaba ante los demás, y aprender de Él, ya que, como bien lo dijo también Jesús, “yo soy el camino, yo soy la verdad, yo soy la vida (Jn.14,6), quien me sigue; es decir, quien trata de vivir como Él, aprenderá a amar y tendrá garantizada la entrada a la Casa del Padre a la hora de morir.

Pidámosle al Señor, en esta Eucaristía, que aprendamos, como lo hizo María, con sus temores, ¿qué será lo que Dios me está pidiendo? Con las preocupaciones, ¿qué será de este Hijo que Dios me ha dado? Con el sufrimiento que a veces nos toca vivir de nuestros entornos, como lo vivió María, cuando vio morir a Jesús en la Cruz; como María, orar juntos como lo hizo Ella, para recibir el Espíritu Santo junto con los Apóstoles. Por eso estamos a aquí, junto a María, como inició esta Iglesia, la fe católica: María y los Apóstoles, reunidos, recibieron el Espíritu Santo.

Pidámosle al Señor este Espíritu para poder imitar a Jesús y aprender a amar en nuestra vida terrena. ¡Que así sea!





Autor

La redacción de Desde la fe está compuesta por sacerdotes y periodistas laicos especializados en diferentes materias como Filosofía, Teología, Espiritualidad, Derecho Canónico, Sagradas Escrituras, Historia de la Iglesia, Religiosidad Popular, Eclesiología, Humanidades, Pastoral y muchas otras. Desde hace 25 años, sacerdotes y laicos han trabajado de la mano en esta redacción para ofrecer los mejores contenidos a sus lectores. 

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