Las claves del padre José de Jesús Aguilar para consolidar nuestra felicidad: valores, actitudes y decisiones

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La vida eterna, ¿similar a la terrenal?

10 noviembre, 2019
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Lectura del Santo Evangelio

Los saduceos (Lc 20, 27-38)

En aquel tiempo, Jesús dijo a los saduceos, que niegan la resurrección de los muertos:

“En esta vida, hombres y mujeres se casan, pero en la vida futura, los que sean juzgados dignos de ella y de la resurrección de los muertos, no se casarán ni podrán ya morir, porque serán como los ángeles e hijos de Dios, pues él los habrá resucitado.

Y que los muertos resucitan, el mismo Moisés lo indica en el episodio de la zarza, cuando llama al Señor, Dios de Abraham, Dios de Isaac, Dios de Jacob. Porque Dios no es Dios de muertos, sino de vivos, pues para él todos viven”.

Comentario

El pasaje evangélico de este domingo forma parte a una serie de controversias o discusiones que Jesús tiene con sus adversarios; en este caso, con los saduceos.  ¿Quiénes son los saduceos? En primer lugar, el nombre recuerda al sumo sacerdote en la época de Salomón, llamado Sadoc, y formaban parte de un partido aristocrático que se apoyaba por el alto clero judío. Además, eran colaboracionistas con el Imperio Romano y ocupaban importantes puestos en la vida social, política y religiosa del país. Doctrinalmente, niegan la resurrección y, únicamente, aceptan como Escritura Sagrada a los libros contenidos en la Torá.

Con el fin de ridiculizar el acontecimiento de la resurrección, los saduceos plantean un caso fundado en una ley que se le conoce como el «levirato» (levir que significa cuñado). Esta ley plantea que, si un varón casado moría sin haber tenido hijos, su pariente más cercano o próximo, debía casarse con la viuda para darle descendencia. De esta forma, la herencia –especialmente la tierra de cultivo– quedaba en la familia y se evitaba con ello, que pasara a manos de unos pocos terratenientes.



Jesús responde mostrando dos principios: en primer lugar, la participación de la resurrección para la vida eterna no consiste en una prolongación de la vida terrena, en otras palabras, no es una reedición de la vida, sino que es participación en el misterio divino y adhesión a Dios.

Por otra parte, si los saduceos sólo creen en la Torá –que comprende los libros del GénesisÉxodoLevítico, Números y Deuteronomio– Jesús, por medio del pasaje que narra el encuentro entre Dios y Moisés, en el libro del Éxodo (3,6), revela a Dios como el “Dios de la vida”: “Yo soy el Dios de tu padre, el Dios de Abraham, el Dios de Isaac y el Dios de Jacob”.

Esta respuesta de Jesús nos ayuda a comprender que, creer en el “Dios de la vida”, y en el gozo eterno de la resurrección (vida eterna), no es para desencarnar al creyente de la propia historia, al contrario, ayuda a salir del sepulcro del propio egoísmo y pecado para dar vida con las acciones. Además, derrumba toda pseudo religiosidad basada en las supersticiones, pues la vida se comprende como un don y una tarea en la que cada uno construye su propia historia.

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