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Hildegarda de Bingen, santa y doctora de la Iglesia

19 diciembre, 2022
Hildegarda de Bingen, santa y doctora de la Iglesia
Rubén Aguilar
Creatividad de Publicidad

En junio pasado en espíritu de peregrinación, Sybille Flaschka, mi esposa, de origen alemán, y yo vistamos las ruinas del monasterio benedictino de Disibodenberg, en las cercanías de Bingen, Alemania.

Lo hicimos para honrar la memoria de Hildegarda de Bingen (1098-1179) reigiosa, mística, escritora, naturalista, bióloga, compositora, filósofa, teóloga, médica, poeta, abadesa y fundadora de monasterios.

Mi compañera, conocedora de la obra de la santa y doctora de la Iglesia, fue quien años atrás me introdujo en este extraordinario personaje al que no conocía. Sin duda la mujer más importante y reconocida en la Europa del siglo XII.

Hildegarda nace en Bermersheim, Alemania, en el seno de una familia de la pequeña nobleza. ​ Es la menor de los diez hijos de Hildeberto de Bermersheim, caballero al servicio de Meginhard, conde de Spanheim, ​y de su esposa, Matilde de Merxheim-Nahet.

Desde pequeña tuvo visiones de carácter místico. Sus padres deciden “entregarla” a Dios y su educación la ponen en manos de la condesa Judith de Spanheim (Jutta), hija de Esteban II, conde de Spanheim, quien la instruye en la lectura del latín, la Biblia y el canto.

Por algunos años, ellas viven en el castillo de Spanheim y cuando la santa cumple 14 años ambas se internan, con permiso especial del obispo, en el monasterio masculino benedictino de Disibodenberg. Ahí se construye un anexo, para que ellas vivian.

En 1114, el espacio que habitan se transforma en un pequeño monasterio, para albergar el creciente número de vocaciones de hijas de nobles. En ese mismo año, Hildegarda emite la profesión religiosa bajo la regla benedictina. ​

Jutta muere en 1136, con fama de santidad, y Hildagarda es elegida abadesa. Empieza, entonces, una nueva etapa de su vida. En 1141, a los 42 años, pasa por un período de visiones muy intensas. Asegura que de Dios ha recibido el mandato de escribirlas.

La santa, con todo, duda si debe dar a conocer sus visiones y decide, entonces, recurrir al juicio del cistercinese Bernardo de Claraval (1090-1153), en esa época uno de los hombres más admirados y respetados de Europa por su vida espiritual. En 1146, quien después será santo, le dice que lo haga porque se trata de un don de Dios.

El arzobispo de Maguncia, bajo su jurisdicción estaba el monasterio de Disibodenberg, conocía las visiones y profecías de Hildegarda y envía una comisión para consultar al papa Eugenio III sobre estos hechos. En 1148 un comité de teólogos estudia y aprueba el texto de Scivias (Conoce el camino) y el mismo papa lee en público algunas de sus partes. Asegura que esas visiones son obra del Espíritu Santo.

La abadesa, al tiempo que sigue trascribieno sus visiones, da inicio a una intensa relación epistolar con múltiples personalidades de la época, tanto políticas como eclesiásticas, entre ellas Bernardo de Claraval, Federico I, Barbarroja, Enrique II de Inglaterra y Leonor de Aquitania, que pedían sus consejos y orientaciones. Se le empieza a llamar la Sibila del Rin.



En 1148 una visión la hace concebir la idea de salir de Disibodenberg y fundar un monasterio ya no bajo la tutela de los benedictinos. El abad se opone. Interviene la marquesa Ricardis de Stade, ​ madre de la monja secretaria de Hildegarda, que convence a Enrique I, arzobispo de Maguncia (1142–1153), de autorizar la fundación del nuevo monasterio.

Hacia 1150, las monjas se trasladan a Rupertsberg donde el conde Bernardo de Hildesheim, propietario del terreno elegido, les dona el sitio. De 1551 son sus obras Liber simplicis medicine o Physica, tratado de medicina dividido en nueve libros, y Liber composite medicine o Cause et cure, sobre el origen de las enfermedades y su tratamiento. En estos textos expone su conocimientos sobre el cuerpo humano y la froma de curarlo.

Inicia, entonces, la composición de cantos que titula Symphonia armonie celestium revelationum, que elabora para atender a las necesidades litúrgicas de su comunidad. En 1163, como fruto de sus constantes visiones, empieza a redactar el Liber divinorum operum, en el que trabaja diez años. La santa alterna la vida contemplativa, la escritura, la predicación y la fundación de nuevos monasterios. En 1165 establece uno en Eibingen.

La abadesa, a pesar de la clausura, realiza cuatro viajes de predicación. El primero entre 1158 y 1159 estuvo en Maguncia y Wurzburgo. El segundo en 1160 va a Tréveris y Metz. El tercero entre 1161 y 1163 viaja por el Rin hasta Colonia. El cuatro entre 1170 y 1171 recorre la región de Suabia. La temática de la predicación: La redención, la conversión y la reforma del clero. También critica la corrupción eclesiástica y condena la doctrina de los cátaros.

El 17 de septiembre de 1179, a los 81 años de edad muere. Entre 1180 y 1190, el monje Teoderico de Echternach escribe la Vida de Hildegarda, a partir de pasajes autobiográficos que esta había contado. En 1227, el papa Gregorio IX abre el proceso de canonización, pero no concluye y en 1244, el papa Inocencio IV lo reabre, pero tampoco se llega a terminar. A su muerte la comunidad de los creyentes la considera santa, pero es hasta a 1940 cuando se hace oficial.

A Hildagarda se le considera como uno de los personajes más polifacéticos e influyentes de la Baja Edad Media en la historia de Occidente. Estaba dotada de una inteligencia y cultura fuera de serie. Su producción escrita fue una de las mayores de su tiempo. Y entre otras cosas se le considera como madre de lo que ahora es el naturismo.

La Iglesia católica considera a Hildegarda como una teóloga con abordes originales inspirados en sus visiones místicas. Ella considera al ser humano como el centro del mundo creado por Dios y partícipe de su obra redentora. La persona es semejanza a Dios y también a su ceración que es el cosmos. El ser humano y el cosmos habrán de reintegrarse al final de la historia. La persona goza del libre albedrío, para decidir por su propia cuenta. Jesús, el hijo del Padre, se hizo carne, para rescatar a la humanidad.

De Hildagarda se conservan sus tres principales obras místicas: Scivias, Liber vite meritorum y Liber divinorum operum. Todas sus composiciones musicales, sus obras sobre la Lengua ignota, trabajos hagiográficos (Vita sancti Ruperti), algunas cartas -se ha compronado la autoría de 300- y homilías. Hay también ilustraciones de las visiones descritas por ella. Se conservan otras obras menores en bibliotecas de Europa.

En 2015, el papa Benedicto XVI nombró a Hildagarda de Bingen como doctora de la Iglesia. En México, incluso dentro de lglesia católica, se conoce muy poco de la vida de esta extarordinaria mujer y menos de su muy basta obra.





Autor

Rubén Aguilar Valenzuela es profesor universitario y analista político. 

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