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Homilía del Cardenal Carlos Aguiar en el XXXII Domingo del tiempo ordinario

10 noviembre, 2019
Homilía del Cardenal Carlos Aguiar en el XXXII Domingo del tiempo ordinario
El Arzobsipo Carlos Aguiar en la Basílica de Guadalupe. Foto: INBG
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Vale la pena morir a manos de los hombres, cuando se tiene la firme esperanza de que Dios nos resucitará (2,Mc,7,14).

Con estas palabras, el cuarto de los hijos de esta mujer, responde al Rey, que ordena irlos ejecutando a cada uno por no aceptar dejar las costumbres y leyes de la tradición de sus padres. La respuesta del muchacho manifiesta que la convicción de la resurrección es fundamental para afrontar cualquier adversidad, incluida la muerte injusta que pudiéramos recibir.

La convicción religiosa en la resurrección de los muertos nos hace ver la trascendencia de nuestra vida presente; esta vida terrena que no termina con la muerte tiene relación con la vida eterna.
Hemos sido creados por Dios para la vida y ésta, la terrena, es una preparación para la otra. Ésta es el aprendizaje del amor, es el aprendizaje de que Dios nos ama y que debemos entonces amarlo a Él, creer en Él, y por ello, amar todo lo que Él ha creado, no solamente al prójimo, al ser humano, sino también la Creación misma.

Este aprendizaje del amor incluye afrontar todo tipo de adversidad. Así como lo oíamos en la primera lectura y con el testimonio mismo de la segunda lectura, del Apóstol Pablo, que entregó su vida para transmitir esta convicción de que Cristo había resucitado, y que por tanto, su resurrección es garantía para nosotros que también resucitaremos.

Veamos un poco al revés, para caer en la cuenta de la importancia de esta relación entre esta vida y la vida eterna. ¿Qué sucede cuando no creemos en la resurrección? Nuestra mirada es miope, solamente vemos lo que alcanzamos a creer que vivimos, y buscamos solamente el beneficio y lo que nos atrae, lo que nos seduce en esta vida.

Si de por si el ser humano es una criatura frágil, limitada, si queda solamente a expensas de creer en la vida terrera, cae con mucha facilidad en la injusticia que hace a los demás, en la violencia hacia los otros, y de ahí se producen las guerras, y lo que estamos viviendo en nuestro país, el matar por matar, los homicidios que no tienen justificación ni sentido, pero, para el que no cree en la resurrección, para él, si tiene sentido porque quita al otro de en medio y obtiene lo que él quería. ¿Ven hasta dónde se llega, cuando nosotros no tenemos la convicción de la resurrección?

Por eso es bueno que también a partir de esta Palabra de Dios nos preguntemos: ¿Realmente mi convicción por la vida eterna está reflejada en mi vida y en las actitudes que tengo con los demás? ¿Los considero hermanos? ¿Tengo propia autoconciencia de mi dignidad, de mi propia persona y de la persona de los otros? ¿Reconozco que somos creados por Dios, hijos de Dios, y por tanto, debo tener relaciones fraternas y no relaciones violentas?

Revisemos nuestra vida, y no solamente una vez, lo tenemos que hacer con frecuencia porque, como expresa tanto la primera lectura como el Evangelio, de ahí depende nuestra vida eterna; unos los que aprendan a amar, a descubrir la belleza de lo de Dios ha hecho, tendrán también la oportunidad de compartir la vida divina. Vida que ya empezamos aquí, precisamente cuando amamos, pero que llega a su plenitud al llegar a la casa del Padre, y nos va a sorprender.

Si aquí en este mundo la naturaleza, la forma como está ordenado nuestro propio organismo, nuestro cuerpo humano, y la forma como está todo interconectado entre la creación para producir la lluvia, para tener alimentos, para que estén a nuestro servicio, entonces imaginen ustedes lo que vamos a ver, al conocer al mismo Dios Creador.



Esto es obra de Dios como nosotros mismos, pero la vida eterna es para entrar y participar de la vida de Dios. Si ha creado el Universo, ¿qué no tendrá preparado para nosotros?

Esto es lo que tiene que fortalecer nuestra capacidad de renuncia a las seducciones, a las adicciones, a la violencia, esto es lo que tiene que mover nuestro corazón para decidirnos a hacer vida las enseñanzas de Jesús, y entonces tendremos estas experiencias como las del Apóstol Pablo que dice:

El mismo Señor Nuestro Jesucristo y Nuestro Padre Dios que nos ha amado y nos ha dado gratuitamente un consuelo eterno y una feliz esperanza conforten los corazones de ustedes y los dispongan a toda clase de obras buenas y de buenas palabras (2 Tes 2, 16-17).

Lo necesitamos en este tiempo. Nosotros los que creemos en la resurrección de los muertos, tenemos que dar testimonio del amor de Dios por nosotros y de nosotros hacia los demás. Porque dice el mismo Apóstol: Hay que orar para que la Palabra del Señor se propague con rapidez como aconteció entre ustedes. Y oren también para que Dios nos libre de los hombres perversos y malvados que nos acosan, porque no todos aceptan la fe.

Pidámosle al Señor Jesús que nos dé esta conciencia, que afiance nuestra convicción de que creemos en la vida eterna, que la deseamos con todas nuestras fuerzas, y entonces no tendremos miedo ante cualquier adversidad, enfermedad, problema o conflicto.

Que el Señor Jesús nos dé esa gracia enorme, caminemos siempre, fortaleciendo nuestra convicción en la resurrección de los muertos.

Que así sea.





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