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Homilía del Domingo XXII del Tiempo Ordinario

1 septiembre, 2019
“El hombre prudente medita en su corazón las sentencias de los otros, y su gran anhelo es saber escuchar” (Eclo. 3,29). Con esta exhortación y propuesta culmina la Primera Lectura, que hemos escuchado (Eclo. 3, 19-21. 30-31). El hombre prudente medita en su corazón las sentencias, el discurso, lo que habla el otro, y su gran anhelo es saber escuchar. Esto quiere decir, que para aprender a escuchar a los demás, hay que meditar en el corazón lo que el otro está diciendo. Sólo de esta manera podremos entender por qué el otro dice lo que dice, y sólo así se puede generar un diálogo positivo, un diálogo que conduzca a una puesta en común y logre decisiones, para bien de quienes participan en él. Habitualmente –como dice el Papa Francisco– no escuchamos. Oímos lo que el otro dice, pero no lo atendemos. No sabemos por qué dice eso ni desde qué situación existencial lo está diciendo. La situación de trabajo, de familia o personal que está viviendo en ese momento, la mayoría de las veces, lo hacen decir las cosas que refiere. Solamente conociendo y entendiendo la situación del otro, podremos comprender lo que dice. Por eso el diálogo se tiene que prolongar, pero no para repetir lo mismo que ya se dijo. ¿Cuántas veces no insistimos una y otra vez con lo mismo y no nos hacen caso? Es porque el otro no nos ha escuchado. El diálogo tiene que prolongarse para conocer la situación que el otro está viviendo, así como el por qué y el para qué de lo que me está comunicando. Cuando nosotros hacemos ese ejercicio, nos convertimos en personas prudentes, nos hacemos humildes, reconociendo que tenemos que aceptar al otro, entenderlo. Fíjense cómo iniciaba la Primera Lectura: “Hijo mío, en tus asuntos procede con humildad, y te amarán más que al hombre dadivoso” (Eclo. 3,19). Por lo general, cuando hay un hombre generoso, que siempre ayuda, acudimos a él y nos da materialmente, monetariamente, o moralmente una ayuda. Y nos parece un hombre bueno. Pues dice el libro del Eclesiástico, que quien procede con humildad, se convierte en un hombre más querido y apreciado que el hombre generoso. Y para poder proceder con humildad, “el hombre prudente medita en su corazón las sentencias de los otros, y su gran anhelo es saber escuchar”. En cambio, explica que quien no sabe escuchar, va convirtiéndose en un hombre orgulloso, soberbio, que no tolera que le contradigan. Dice: “No hay remedio para el hombre orgulloso, porque ya está arraigado en la maldad” (Eclo.3,28). ¿De qué manera podemos relacionar esta Primera Lectura con el Evangelio que acabamos de escuchar? En el Evangelio (Lc. 14, 1.7-14) Jesús propone una parábola afirmando que, cuando uno es invitado, no debe buscar los primeros lugares, sino los últimos, mientras se le asigna uno (Lc. 14,8). Después da una recomendación: “no invites tanto a los que sabes que te van a corresponder, sino aquellos que jamás te corresponderán, porque están en una situación económica totalmente distinta a la tuya (Lc. 14,10). ¿Qué quiere decir Jesús con esta parábola y con esta recomendación? Que en el fondo no es lo que tenemos (riquezas, conocimientos, autoridad moral, oficio) lo que nos hace valer ante los demás, sino que hay algo en común que tenemos todo ser humano: la dignidad. Todos tenemos la misma dignidad, desde que nuestra madre nos gestó en su seno hasta el término de nuestra vida, con la muerte. Por eso Jesús recomienda no buscar los primeros lugares, porque somos igual que los demás, exactamente igual. Dale a todos, no solamente a aquellos que te van a corresponder, sino comparte con aquellos con quien sabes que jamás podrán hacerlo, pero que tienen tu misma dignidad humana. Con esta recomendación entendemos la Primera Lectura: para respetar la dignidad del otro, hay que escucharlo, hay que atenderlo, y eso nos convertirá en personas humildes, con una gran autoridad moral ante los demás. Que el Señor Jesús nos conceda seguir este proceso y nos lleve a ser hombres prudentes que retengan en su interior y en su corazón lo que escuchan del otro, y de ahí surgirá no sólo un diálogo profundo y positivo, sino bendiciones que beneficiarán tanto a una parte como a la otra. Pidámosle a Dios, nuestro Padre, que nos dé ese caminar ahora que estamos aquí ante nuestra Madre, que supo escuchar. El Evangelio transmite pocas cosas de las que ella dijo, pero ella siempre estuvo atenta; escuchó la Palabra, tanto de su hijo como de lo que se movía en su interior y de lo que se movía en el corazón de los demás. Y por eso está aquí María de Guadalupe, porque quiere ayudarnos a formar una gran fraternidad en nuestra Patria, en los pueblos de América, entre los pueblos de la tierra, a través de la Iglesia fundada por su hijo. Que así sea.

“El hombre prudente medita en su corazón las sentencias de los otros, y su gran anhelo es saber escuchar” (Eclo. 3,29).

Con esta exhortación y propuesta culmina la Primera Lectura, que hemos escuchado (Eclo. 3, 19-21. 30-31). El hombre prudente medita en su corazón las sentencias, el discurso, lo que habla el otro, y su gran anhelo es saber escuchar. Esto quiere decir, que para aprender a escuchar a los demás, hay que meditar en el corazón lo que el otro está diciendo. Sólo de esta manera podremos entender por qué el otro dice lo que dice, y sólo así se puede generar un diálogo positivo, un diálogo que conduzca a una puesta en común y logre decisiones, para bien de quienes participan en él.

Habitualmente –como dice el Papa Francisco– no escuchamos. Oímos lo que el otro dice, pero no lo atendemos. No sabemos por qué dice eso ni desde qué situación existencial lo está diciendo. La situación de trabajo, de familia o personal que está viviendo en ese momento, la mayoría de las veces, lo hacen decir las cosas que refiere.

Solamente conociendo y entendiendo la situación del otro, podremos comprender lo que dice. Por eso el diálogo se tiene que prolongar, pero no para repetir lo mismo que ya se dijo. ¿Cuántas veces no insistimos una y otra vez con lo mismo y no nos hacen caso? Es porque el otro no nos ha escuchado. El diálogo tiene que prolongarse para conocer la situación que el otro está viviendo, así como el por qué y el para qué de lo que me está comunicando.

Cuando nosotros hacemos ese ejercicio, nos convertimos en personas prudentes, nos hacemos humildes, reconociendo que tenemos que aceptar al otro, entenderlo. Fíjense cómo iniciaba la Primera Lectura: “Hijo mío, en tus asuntos procede con humildad, y te amarán más que al hombre dadivoso” (Eclo. 3,19).

Por lo general, cuando hay un hombre generoso, que siempre ayuda, acudimos a él y nos da materialmente, monetariamente, o moralmente una ayuda. Y nos parece un hombre bueno. Pues dice el libro del Eclesiástico, que quien procede con humildad, se convierte en un hombre más querido y apreciado que el hombre generoso. Y para poder proceder con humildad, “el hombre prudente medita en su corazón las sentencias de los otros, y su gran anhelo es saber escuchar”.

En cambio, explica que quien no sabe escuchar, va convirtiéndose en un hombre orgulloso, soberbio, que no tolera que le contradigan. Dice: “No hay remedio para el hombre orgulloso, porque ya está arraigado en la maldad” (Eclo.3,28).



¿De qué manera podemos relacionar esta Primera Lectura con el Evangelio que acabamos de escuchar? En el Evangelio (Lc. 14, 1.7-14) Jesús propone una parábola afirmando que, cuando uno es invitado, no debe buscar los primeros lugares, sino los últimos, mientras se le asigna uno (Lc. 14,8). Después da una recomendación: “no invites tanto a los que sabes que te van a corresponder, sino aquellos que jamás te corresponderán, porque están en una situación económica totalmente distinta a la tuya (Lc. 14,10).
¿Qué quiere decir Jesús con esta parábola y con esta recomendación? Que en el fondo no es lo que tenemos (riquezas, conocimientos, autoridad moral, oficio) lo que nos hace valer ante los demás, sino que hay algo en común que tenemos todo ser humano: la dignidad. Todos tenemos la misma dignidad, desde que nuestra madre nos gestó en su seno hasta el término de nuestra vida, con la muerte.

Por eso Jesús recomienda no buscar los primeros lugares, porque somos igual que los demás, exactamente igual. Dale a todos, no solamente a aquellos que te van a corresponder, sino comparte con aquellos con quien sabes que jamás podrán hacerlo, pero que tienen tu misma dignidad humana.

Con esta recomendación entendemos la Primera Lectura: para respetar la dignidad del otro, hay que escucharlo, hay que atenderlo, y eso nos convertirá en personas humildes, con una gran autoridad moral ante los demás.

Que el Señor Jesús nos conceda seguir este proceso y nos lleve a ser hombres prudentes que retengan en su interior y en su corazón lo que escuchan del otro, y de ahí surgirá no sólo un diálogo profundo y positivo, sino bendiciones que beneficiarán tanto a una parte como a la otra.

Pidámosle a Dios, nuestro Padre, que nos dé ese caminar ahora que estamos aquí ante nuestra Madre, que supo escuchar. El Evangelio transmite pocas cosas de las que ella dijo, pero ella siempre estuvo atenta; escuchó la Palabra, tanto de su hijo como de lo que se movía en su interior y de lo que se movía en el corazón de los demás. Y por eso está aquí María de Guadalupe, porque quiere ayudarnos a formar una gran fraternidad en nuestra Patria, en los pueblos de América, entre los pueblos de la tierra, a través de la Iglesia fundada por su hijo. Que así sea.





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