Hace unos años el Papa Francisco nos regaló seis “nuevas bienaventuranzas” con las que guiar nuestra vida de fe. Las recordamos en su momento, pero vale mucho la pena volver a traerlas a cuento, hoy que la violencia y la tristeza parecen acecharnos como dos ladronas del corazón:
- Bienaventurados los que soportan con fe los males que otros les infligen y perdonan de corazón
- Bienaventurados los que miran a los ojos a los descartados y marginados mostrándoles cercanía
- Bienaventurados los que reconocen a Dios en cada persona y luchan para que otros también lo descubran
- Bienaventurados los que protegen y cuidan la casa común
- Bienaventurados los que renuncian al propio bienestar por el bien de otros
- Bienaventurados los que rezan y trabajan por la plena comunión de los cristianos
Habrá quien quiera restarle importancia a este camino estrecho que va al encuentro con el mundo real. Estamos en salida, somos Iglesia en salida. Adiós a los viejos formalismos inútiles. Un cristianismo de formas es un cristianismo deformante. Sin misericordia hundimos a la Iglesia. La Edad Dorada, decía don Quijote en su famoso discurso a los cabreros, era aquella donde nadie decía tuyo y mío. Así es lo que pide, poderosamente, el Papa.
De cada uno depende si la Iglesia avanza o se estanca en un conjunto de grupos, cada uno buscando bienaventuranzas que solamente alimenten a su ego. Aunque suene rimbombante, la bienaventuranza de hoy es la sinodalidad: caminar juntos.
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