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4 virtudes para cultivar este Adviento: fe, esperanza, alegría y caridad

27 noviembre, 2020
4 virtudes para cultivar este Adviento: fe, esperanza, alegría y caridad
Corona de Adviento.
Creatividad de Publicidad

El Adviento es un tiempo de preparación espiritual para conmemorar el nacimiento de Jesús entre nosotros. Y una manera de prepararnos es cultivando las virtudes, especialmente, cuatro: Fe, Esperanza,

Primera virtud para cultivar en Adviento: Fe.

“Una persona muy cercana a mí me dijo que ‘ya no tiene fe en Dios’. ¿Qué le digo?” –me preguntó una amiga. Y le respondí–: pídele que te explique por qué.

Poco tiempo después me compartió su respuesta. La persona le dijo que rezó mucho por un ser querido, pidiendo que no se enfermara de covid. Pero éste se enfermó. Pidió que no se pusiera grave, y se puso grave, y pidió que no se muriera, y se murió.

Entonces sacó esta conclusión, que cito literal: ‘una de tres: o Dios no es Todopoderoso y por eso no pudo hacer nada por quien le pedí, o no es Bueno, y por eso dejó que se enfermara y muriera, o no le importo yo ni lo que yo le pido, pues si le importara no me hubiera quitado a mi ser querido.’

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Como tal vez alguien más piense como esta persona, vale la pena intentar dar una respuesta. Empezó diciendo que ya no tenía fe, así que lo primero sería preguntar: ¿qué es la fe?

¿Qué es la fe?

¿Qué es la fe?

Hay quien tiene la idea de que la fe consiste solamente en pensar que Dios existe, pero eso es quedarse a nivel intelectual. Hay que dar un paso más, y no sólo creer en Dios, sino creerle a Dios. ¿Qué significa esto? Que no basta aceptar que existe, hay que aceptar también Su voluntad.

Dice san Pablo que lo que no es fe, es pecado. Ello permite deducir una definición muy clara de fe y de pecado. Como el pecado es decirle no a Dios, la fe es decirle sí.

¿Qué es el Adviento?

¿Qué es el Adviento?

Nos movemos siempre entre ambas posibilidades: decirle no, rechazar lo que hace, criticar y quejarnos de lo que permite en nuestra vida y cerrarnos a lo que nos propone en Su Palabra, o decirle sí, y aceptar lo que hace, lo que permite en nuestra vida, lo que nos propone en Su Palabra.

El mundo, con sus malos ejemplos e influencia, nuestra propia naturaleza pecadora y el demonio nos animan a decirle no.

Para decirle sí contamos con la gracia divina (ahí tenemos el ejemplo de María, la llena de gracia que dio y sostuvo toda su vida el ‘sí’ que dio a Dios), y hemos de tener en cuenta algo que resulta de gran ayuda para aceptar Su voluntad: que, como dice en la Biblia, Sus pensamientos están muy por encima de los nuestros, Sus planes muy por encima de los nuestros.

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Mucha gente dice tener fe en Dios, pero en realidad cree en un Dios hecho a su medida, al que pretende tener a su servicio como una especie de ‘genio de la lámpara’ que le conceda lo que le pida. Y si acaso le ‘falla’, se decepciona terriblemente y ‘pierde’ la fe.

La persona mencionada al inicio dudaba que Dios fuera Todopoderoso o Bueno, pues no evitó que su ser querido enfermara y muriera. Su razonamiento indica que piensa que enfermar y morir es lo peor que pued epasar, y que si Dios no lo impide, es por débil o malo. No le cabe en la cabeza que Dios, en Su infinita sabiduría y en Su amor por ese ser querido, decidió que llegó su mejor momento de emprender su camino al Cielo.

Se queja de que Dios’ se lo quitó’, como si hubiera sido suyo. Pero nuestros seres queridos no son de nuestra propiedad. No podemos exigir que no se mueran porque los necesitamos a nuestro lado. Por encima de nuestra conveniencia, Dios toma en cuenta la de quien llama a Su presencia. Le duele nuestro dolor, y nos consuela, pero no deja que nada se interponga para hacer o permitir lo que considera mejor.

No nos toca cuestionar a Dios, no entenderíamos si nos respondiera. Nos toca confiar en Él, en que interviene siempre para bien y aunque nosotros no entendamos por qué permite algo, lo sabe Él, y eso basta.

¿Cuándo es el Adviento 2021?

¿Cuándo es el Adviento 2021?

El Adviento son cuatro semanas para disponernos a celebrar al Dios Todopoderoso y Bueno, que nos ama tanto que vino a compartir nuestra condición humana para que el pecado y la muerte, lo que nos hace sufrir, no tuvieran la última palabra.

Al encender la primera vela de la corona de Adviento recordemos que el Papa Benedicto XVI decía que una vela no alumbra lejos, sólo lo suficiente para poder caminar. Así es la fe. Nos alumbra lo suficiente para caminar por la vida, paso a paso, no con tanta luz para que todo lo podamos comprender y captar; sino con la necesaria para lograr avanzar.

Segunda virtud para cultivar en Adviento: Esperanza

“El que espera, desespera”, dice un dicho.
Pregunté a una pareja de amigos a qué creían que se refería.

Ella me dijo que a esperar algo que no sabe si llegará. Por ejemplo, esperar que su familia no se contagie de covid, esperar no perder su empleo. La desespera no saber qué pasará.

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Él comentó que también podía referirse a esperar sin hacer nada, por ejemplo, en la fila del banco o atorado en tráfico pesado, una espera que desespera porque uno siente que pierde el tiempo inútilmente.

Recordaba esto reflexionando sobre la virtud de la esperanza, que es muy distinta a lo que ellos mencionaron, pues no consiste en esperar algo que quién sabe si llegará ni en esperar sin hacer nada. Tampoco es optimismo.

La esperanza (una de 3 virtudes teologales, llamadas así porque provienen de Dios y nos conducen a Dios -las otras dos son fe y caridad), consiste en confiar en que Dios, que ha estado con nosotros en el pasado y está en el presente, también estará con nosotros en el futuro.

Adviento a ejemplo de la Virgen de Guadalupe.

Adviento a ejemplo de la Virgen de Guadalupe.

La esperanza no defrauda ni desespera porque confía en el cumplimiento de las promesas de Dios. Y es que a diferencia de los políticos, que prometen sin tener la menor intención de cumplir, y a diferencia de nosotros que aunque prometamos con intención de cumplir, a veces no cumplimos, cuando Dios promete siempre cumple. Él mismo afirmó: “no quedarán defraudados los que en Mí esperan.” (Is 49, 23c).

En la Sagrada Escritura se nos invita a tener y mantener firme la esperanza, porque “el autor de las promesas es Fiel” (Heb 10, 23).

¿Cuáles son esas promesas? ¡Uy son numerosas! Las encontramos en toda la Biblia, desde el libro del Génesis (lo prometido a Adán y a Eva), hasta el libro del Apocalipsis (lo que promete Jesús para el fin de los tiempos). Sería fascinante irlas buscando y reflexionar sobre ellas, pues muestran el infinito amor que Dios nos tiene, y cuáles son las consecuencias de que acojamos o rechacemos Su amor. Pero como ahora estamos entrando en la segunda semana de Adviento, consideremos solamente tres promesas relacionadas con las venidas de Jesús que contemplamos en estos días.

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La primera que podemos considerar ya se cumplió: enviarnos un Salvador. A recordarlo se dedica la segunda mitad del Adviento y, desde luego Navidad. Dios “tanto amó al mundo que le envió a Su Hijo único para que todo el que cree en Él no perezca, sino que tenga vida eterna.”(Jn 3, 16). Jesús dijo a Sus discípulos que muchos quisieron ver lo que ellos veían y no pudieron (ver Mt 13, 17). Se refería a quienes durante siglos anhelaron que llegara el Salvador prometido.

La segunda promesa a considerar se sigue cumpliendo. “Y he aquí que Yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo” (Mt 28, 20). Por fe, sabemos que Jesús está con nosotros, no sólo en sentido espiritual, cuando leemos Su Palabra o cuando oramos, sino realmente, en Cuerpo y Sangre, Alma y Divinidad, en la Eucaristía. Y tenemos la esperanza de que seguirá siempre con nosotros. Nuestra esperanza es fe que mira al futuro.



La tercera promesa a considerar todavía no se cumple. Es sobre Su Venida futura:

“Estén preparados, porque en el momento que menos piensen, vendrá el Hijo del hombre.” (Mt 24, 44), “ha de venir en la gloria de Su Padre, con Sus ángeles, y entonces pagará a cada uno según su conducta.” (Mt 16, 27).

La certeza de que vendrá, no sabemos cuándo, y que nos juzgará por nuestras obras, es motivación suficiente para que nuestra espera no sea una pérdida de tiempo, sino que aprovechemos cada oportunidad para amar, comprender, consolar, aconsejar, enseñar, alegrar, ayudar, perdonar a quien lo necesite.

En este Adviento, tener esperanza no consiste en esperar que no nos tocará sufrir (no esperemos de Dios lo que no nos ha prometido), sino en tener la seguridad de que pase lo que pase, por difícil o doloroso que sea, el Señor, que ha estado con nosotros ayer y hoy, seguirá siempre a nuestro lado, y nos sostendrá.

Tercera virtud para cultivar en Adviento: Alegría

Hablar de alegría en este Adviento tras la enfermedad o muerte de un ser querido, puede sonar como una cruel broma.

Mucha gente puede preguntar: ‘¿cómo quieren que me alegre si se me murió quien más quería?’, ‘¿cómo alegrarme si me dejó un gran vacío?’, ‘no me alegra la perspectiva de celebrar Navidad, ese día sentiré más dolorosa su ausencia’

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Otros plantean: ‘¿cómo alegrarme si llevo meses sin ingresos, buscando medios para sobrevivir sin encontrarlos y ya me estoy desesperando?’

Algunos piensan: ‘¿de qué me voy a alegrar si me la he pasado en soledad, sin que me visiten mis hijos y mis nietos, y así pasaré también la Navidad?’

También hay quienes lamentan que no habrá posadas, brindis en el trabajo, pachangas con los cuates, reuniones con amigos y familiares.

¡Aparentemente hay tantas razones para no alegrarnos!, y sin embargo en este Tercer Domingo de Adviento, llamado tambiénDomingo Gaudete’ o ‘Domingo de la Alegría’, en la Segunda Lectura que se proclama en Misa nos pide san Pablo:

El Tercer Domingo de Adviento es conocido como Gaudete.

El Tercer Domingo de Adviento es conocido como Gaudete.

“Hermanos: Vivan siempre alegres, oren sin cesar, den gracias en toda ocasión, pues esto es lo que Dios quiere de ustedes en Cristo Jesús.” (1Tes 5, 16-18).

¿Por qué nos pide vivir siempre alegres?, ¿que no sabe lo que estamos pasando?

Sí lo sabe, de hecho él pasó cosas peores. Su consejo no es fruto de la ignorancia o de la insensibilidad, sino de la sabiduría que da la experiencia. En una de sus cartas, en las que menciona dificultades que había vivió, concluyó: “Todo lo puedo en Cristo, que me fortalece” (Flp 4, 13).

Ahí está la clave. La alegría que se nos pide no es esa alegría frívola, hueca, efímera, ese jo jo jo del baboso de santa Clos.

La alegría que Dios quiere de nosotros, no se debe al aguinaldo, a cenar pavo o a recibir regalos. Es una alegría como ninguna: grande, profunda, que nos inunda y nos llena de serenidad. Tiene su razón de ser en Jesús, y por eso no va a terminar y nada ni nadie nos la puede arrebatar.

Tenemos entonces que quienes lloran la muerte de seres queridos, sí pueden alegrarse en Navidad, porque gracias a que Jesús vino a salvarnos de la muerte, ésta no es un final, sino un umbral, y tienen la esperanza de volver a abrazarlos un día, en el Cielo, y mientras tanto pueden ayudarles a llegar allí, orando por ellos.

Quienes se angustian por su precaria situación económica, pueden alegrarse en Navidad porque gracias a que Jesús vino a este mundo, tienen la seguridad de que los comprende, sabe lo que es ser pobre, pasar necesidad, y Su compasivo corazón de Buen Pastor no los abandonará.

Quienes se sienten aislados y tristes, pueden alegrarse en Navidad, porque gracias a que Jesús vino a este mundo, nunca están solos, Él está siempre con ellos, y también María y san José, y así, en compañía de la Sagrada Familia toda soledad se mitiga y olvida.

Quienes extrañan que no habrá ‘pachangas’, podrán aprovechar el silencio y la paz para reflexionar en lo que significa que Jesús haya nacido; tendrán la oportunidad de descubrir las verdaderas razones para alegrarse en Navidad.

Y quienes viven aterrados, temerosos de padecer, pueden alegrarse en Navidad porque gracias a que Jesús nació, tenemos un Salvador, que nos invita a unir nuestro sufrimiento al Suyo, a hallarle sentido redentor, poder aceptarlo con paz y ofrecérselo, por Él, nosotros y por otros, con amor.

Como se ve, no es cruel ni descabellado el llamado que recibimos este domingo para alegrarnos, todo lo contrario: llega oportuno a rescatarnos del desánimo y la tristeza, y a invitarnos a disponer el alma para celebrar, de verdad, la Navidad.

Cuarto virtud para cultivar en Adviento: Caridad

¿Qué es caridad? Amor que se concreta en una actitud o acción. Por eso este artículo sobre caridad, ofrece 3 propuestas concretas para amar:

Cada año celebramos que Jesús nació, lo contemplamos pequeñito en el pesebre, y pocos días después, el tiempo navideño termina en la fiesta del Bautismo de Jesús, a quien el Evangelio lo presenta de “unos treinta años” (ver Lc 3, 23). ¿Qué pasó entre Su infancia y edad adulta? La Biblia no lo dice, pero ello no impide que podamos imaginar cómo fue. Sabemos que cuando Jesús se hizo Hombre, renunció a los privilegios de ser Dios, así que de seguro no llamaba la atención, pero Su bondad e inteligencia eran inocultables, lo que tal vez despertaba envidia; que no dijera mentiras, ni aceptara hacer maldades, que no se burlara, sino acogiera a quien todos despreciaban, probablemente provocaba rechazo de algunos maldosos que tal vez le hacían burla; quizá sufrió ‘bullying’. Quién sabe cuántas cosas vivió en esos años de los que no platicó nada ni se quejó nunca, pero en los que sin duda tuvo que soportar muchas cosas difíciles, y lo hizo por amor a nosotros, a ti y a mí.

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Propone san Juan: “Nosotros amemos, porque Él nos amó primero” (1n 4, 19). Con nuestro amor al Señor, correspondemos a Su amor. Así que la propuesta concreta para comenzar a practicarla este Adviento es corresponder a lo que Él tuvo que aguantar en Su vida cotidiana durante esos treinta años, ¿cómo?, soportando nosotros lo que nos toque vivir cotidianamente. Por ejemplo: ¿Tienes frío o te agobia el calor?, ofréceselo por amor a Él, que también lo sufrió pues vivió en regiones de clima extremo. ¿Te critican, no te comprenden?, ofréceselo por amor a Él, que también fue criticado, incomprendido. Jesús sabe lo que se siente estar triste, pasar necesidad, ser extranjero, ser perseguido, perder un ser querido, realizar labores agotadoras o simplemente aburridas, ser ofendido, discriminado. No hay nada que tú vivas que no haya vivido. Ofrécele con amor cada cosa que te toque vivir. Solidarízate con Él, que se solidarizó contigo.

Amor a los demás

El amor a otros puede tener muchas expresiones, y en este período de confinamiento la propuesta es amar a quien padece soledad, en especial a los adultos mayores. Muchos no tienen computadora ni celular y llevan meses deprimidos, sin ver a sus seres queridos. Hay que llamarles por teléfono. ¡Tienen tanta necesidad de que alguien les oiga! Supe del caso de una viejita en un asilo. Le dio covid y su familia no pudo entrar a verla. Pero quien la atendía puso su celular en el oído de la viejita y pudo oír a sus hijos, que le hablaron, le cantaron, rezaron, la hicieron sentir acompañada. Anímate a llamar a la tía solitaria y gruñona, al vecino viudo que vive solo, ponles su villancico favorito, cuéntales algo divertido, pídeles que te platiquen anécdotas de su vida, ¡les harás el día! Haz de tu celular un instrumento para amar.

Amor a nosotros mismos

A esta altura de la pandemia mucha gente perdió un ser querido, y al dolor de perderle añade el de sentirse culpable. Se pregunta si le contagió; si debió hacer algo más para ayudarle; siente frustración por no haberse podido despedir. Y el remordimiento y los ‘hubiera’ no le dejan vivir. Por eso esta tercera propuesta consiste en amarnos, y, en concreto, en perdonarnos.
No tiene caso dar vueltas y vueltas a preguntas que lastiman y no tienen respuesta: ‘¿y si le hubiera llevado al hospital?’ o al contrario: ‘¿y si le hubiera dejado en casa?’, ‘¿por qué no noté lo que necesitaba?’, ‘¿por qué no reaccioné antes?’ ¡Basta! Al dolor del duelo no hay que cargarle culpas, porque se vuelve insoportable. Si acaso hicimos mal a propósito, pidamos perdón a Dios, pero lo más probable es que hicimos lo mejor que pudimos por nuestros seres queridos fallecidos. Dejemos de atormentarnos imaginando si otra cosa hubiera sido mejor. Trabajemos en recuperar la paz, pongámoslos y pongámonos en las manos del Señor, encomendándonos a Su perdón y a Su amor.

 





Autor

Es escritora católica y creadora del sitio web Ediciones 72, colaboradora de Desde La Fe por más de 25 años. 

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